Paco Vallés: "Paisaje sin las torres"

Zaragoza

La semana pasada cambió para siempre mi paisaje, mi horizonte desde hacía 40 años. Mejor dicho: lo mutilaron. Porque la demolición de las tres torres de refrigeración de la central térmica de Andorra, con sus casi 175 metros de altura y más de 50 de diámetro, ha sido una verdadera mutilación. Y no solo física: también emocional, cultural e histórica.

En Aragón nos encanta demoler: palacios renacentistas, antiguas fábricas azucareras, Averly, la Torre Nueva… Como si el patrimonio industrial no fuera eso, patrimonio, es decir, riqueza, historia, memoria. Incluso fuente de recursos educativos y de empleo: basta mirar alrededor, y bien cerca, a los museos mineros de Utrillas, Escucha, Mequinenza o de la propia Andorra. No había ninguna necesidad real, y mucho menos prisa, pero eso sí, las torres demolidas, aunque el Plan de Transición Justa y de reindustrialización ni está, ni se le espera a corto plazo. Y lo que más me ha dolido han sido los vítores y aplausos de quienes asistieron en directo a la voladura. Autoridades incluidas.