La agricultura familiar ha sido tradicionalmente el modelo sobre el que se ha basado la producción de alimentos. Eso ha conformado y ha mantenido vivos los pueblos, las economías locales y los entornos naturales, sin embargo, el peso de la producción y de la renta agraria que procede de la agricultura familiar es cada vez menor. En las macro cifras del sector la actividad de los ganaderos y agricultores cada vez pesa menos y por el contrario gana terreno la agricultura más corporativa. Estamos viendo además como grandes inversores de otros sectores o fondos de inversión han fijado sus ojos en la tierra y se están haciendo con grandes extensiones por todo el país. Se concentra el capital y producción en menos manos. El sí rotundo era la respuesta común cuando se preguntaba si se creía que estaba en riesgo la agricultura familiar. Así lo creían los ponentes Alberto Izquierdo, agricultor, alcalde de Gúdar, Vicepresidente de la DPT y responsable de Área de Agricultura y Ganadería; Esther Rubio Martín, ganadera de porcino y agricultor de secano y Sara Lorente Hernandez, agricultora de trufa y cereal. “Las ayudas no son ayudas, son limosna” criticaba Izquierdo. “Es por eso que esta faena viene de herencia, porque no es posible comenzar desde cero, necesitas que tu familia te deje las tierras y las herramientas.”. Exponía la idea de, si cuesta tanto comenzar con este tipo de profesiones, ¿cómo va haber un relevo generacional? “nos vemos obligados a diversificar, porque trabajamos mirando al cielo, no vamos a conseguir la rentabilidad que queremos” explicaba Sara Lorente que había decidido dejar de dedicarse solo a la agricultura y conseguir rentabilidad económica también en el cuidado de los animales. Esta misma idea defendía Izquierdo, dedicado a la agricultura directa para poder sacar los costes. Aseguraba que los agricultores eran también malabaristas, “El agricultor se termina haciendo malabarista para enfrentarse al ahorro de gastos. Miramos lo que la gente demanda, lo que nos va aportar una mayor ayuda, un mejor ingreso, y no lo que nosotros queremos o lo que la tierra pide”. A la critica social de que a las personas del campo parece que les encanta vivir de ayudas, Alberto Izquierdo respondía contundente que “no, a los agricultores no nos gusta vivir de ayudas, pero también tenemos que llegar a final de mes y necesitamos irnos de vacaciones y en años como este, de sequía, las ayudas es la única solución para sobrevivir.”. Ponían sobre la palestra que el agricultor no suele dedicarse solo al campo, por lo general, tienen otros trabajos secundarios con los que conseguir un sueldo. “no puede ser que una profesión no sea rentable y menos, cuando se necesita invertir tantas horas.” Denunciaban los ponentes. Ambas mujeres que formaban la mesa, habían visto en la agricultura y la ganadería la solución para retornar a sus pueblos. “confieso que no sabíamos que nos iba a llevar tantas horas como nos lleva, pero es algo que hacemos con vocación mi marido y yo” explicaba Esther Rubio. Sara Lorente defendía la flexibilidad que le da con los niños dedicarse a sus propias tierras, “si mis niños se ponen malos y se quedan en casa, ese día no voy a coger trufa y voy otro día u otro rato. Esa libertad de horario, no me la daba las otras empresas en las que trabajaba.”. En cuanto a la mujer y el campo, se planteaba la idea de que, en realidad, en la agricultura familiar hay más mujeres de las que aparecen ya que es una tarea de la que todos los componentes de la familia se ocupan. Pero Sara Lorente lanzaba una critica ante las ayudas por incorporar a la mujer en el campo, “no quiero que me den una ayuda diferente por ser mujer. Quiero que me den la misma ayuda que a los hombres. A los dos nos cuesta mucho sacrificio sacar las tierras adelante y cuidar de nuestros animales.”.