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“El sufrimiento también se imprime en los huesos”

El Instituto de Medicina Legal de Zaragoza ha tenido que crear un gabinete de crisis para hacer frente a las pruebas de edad de los migrantes de Canarias

Salvador Baena, antropólogo forense del Instituto de Medicina Legal de Zaragoza(10/12/2023)

Zaragoza

Salvador Baena, antropólogo forense del Instituto de Medicina Legal de Zaragoza ha tenido una mañana dura. O parecida a la de las últimas dos semanas. En los últimos quince días, 50 migrantes de los llegados en patera a las costas canarias han pasado por su “consulta”. Son los que se autodeclaran menores de edad -72 del total de los 400 que han llegado a Aragón repartidos por el ministerio para aliviar la situación de las islas- y ni él ni su equipo dan abasto para comprobarlo.

“En toda mi vida profesional -nos cuenta- esta es sin duda la mayor crisis que he visto”. Y nos explica cómo en este Instituto forense se vieron obligados, hace apenas un mes, a crear un gabinete de crisis para atender “la llamada de socorro de las instituciones”. Y nos hemos dejado la piel, concluye.

Emergencia administrativa

El propio gobierno de Aragón decretó, el pasado 22 de noviembre, la situación de “emergencia administrativa” para poder consignar 490 mil euros para crear y dotar nuevas plazas de residencia para atender a estos presuntos menores venidos en el último contingente de los repartidos en la comunidad autónoma desde Canarias. Y es que el hecho de ser menores cambia muchas cosas. Para empezar la responsabilidad hacia estos migrantes pasa a ser de cada autonomía, quien es competente en materias como la sanitaria, la educativa y los servicios sociales. El itinerario, según las leyes de protección de la infancia, cambia totalmente en función de la minoría de edad. Y para determinarlo, es el ministerio Fiscal quien encarga a los institutos de Medicina legal como el de Zaragoza las pruebas que lo certifiquen.

Buscando los signos de la edad

En el equipo capitaneado por el profesor Baena, antropólogo forense, trabajan cuatro personas, entre forenses y odontólogos. Desde 2019 el protocolo es claro. Una exploración física del tórax, una radiografía de la mano y una ortopantomografía de la boca y su dentadura acaban siendo “los testigos de la edad”. Estas pruebas, ayudadas por un software danés que compara los huesos con un atlas visual y las procesa con fórmulas matemáticas calculadas por un algoritmo de inteligencia artificial “nos dan -en el 90% de los casos- una gran precisión sobre la edad de la persona” asegura este médico que subraya “cada vez acertamos más”.

Pero ¿qué pasa cuándo el migrante está cerca de los 18 sin tenerlos? Según explica Baena, en la horquillla de edad se opta siempre por la edad mínima máxima para beneficiar al presunto menor. Aunque, la mayoría, “entre el 70 y el 80% de los casos investigados -dice- acaban siendo jóvenes mayores de edad, no mucho, pero sí mayores de 18”. Y cuando hay dudas, se encarga un TAC esterno clavicular, pero de forma excepcional y ya se realiza en un hospital.

Los huesos nos delatan

Existe una edad biológica, dice Baena, que se plasma en el sistema óseo, pero no solo. “El sufrimiento -dice con pesar- también se imprime en los huesos, y el modo de vida” y explica cómo en sus pequeñas “trabéculas” (pequeñas estructuras óseas dentro del hueso que le proporcionan soporte y resistencia) se aprecian los defectos de una nutrición insuficiente o si esos jóvenes han sufrido trabajos pesados y extenuantes. “Vemos gente que lo ha pasado mal” resume. “Todo deja marca, el no comer en condiciones, las enfermedades o las interrupciones de crecimiento y se aprecian en las radiografías”. Por contra, añade, también distinguimos complexiones atléticas y musculaturas fuertes, con disposiciones genéticas sobresalientes, “como si se produjera una selección natural y sobrevivieran a la dura prueba del océano los más fuertes”.

A Salvador Baena le encanta su trabajo y se nota. Asegura que, tras la dura jornada, “me voy a casa reconfortado”, pero también “sacudido por la condición humana y sus tragedias”. “Aunque no compartamos el idioma, la comunicación -sostiene- es universal y cuando nos cuentan historias de la familia que dejan atrás, su situación o a qué se dedicaban en sus países de origen, vemos claramente que lo de huir es una necesidad de pura supervivencia”.