¿Cómo conviven los pueblos pequeños de Aragón con el turismo para no morir de éxito?
Desde la anécdota en Peralta de la Sal, donde las yayas piden que no se aparque en las calles para que puedan salir a tomar a la fresca, a planes de movilidad que permitan a sus vecinos convivir con el turismo, muchos municipios pequeños evitan el colapso veraniego

Pueblos tomados por los coches
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Zaragoza
En Aragón, varios municipios han tenido que enfrentarse a un mismo reto: cómo mantener la vida cotidiana de sus vecinos mientras reciben la llegada masiva de turistas en verano o en fechas señaladas. Desde sencillas iniciativas vecinales hasta complejos planes de movilidad, los pueblos han encontrado distintas formas de proteger su identidad sin renunciar a la visita de quienes los admiran.
El caso más entrañable se ha vivido en Peralta de la Sal, en la comarca de La Litera. Allí, las vecinas han colocado un cartel en el que se lee: “En esta puerta nos sentamos las yayas a tomar la fresca. Gracias por no aparcar”. Según ha explicado Pilar Meler, impulsora de la idea, “he pensado que lo mejor era sugerirlo de una manera anecdótica y nos lo han respetado”. Durante todo el verano, los coches que han pasado por la localidad han evitado estacionar en esas calles, lo que ha permitido a las mayores recuperar su tradicional tertulia al aire libre. “Nos han respetado en julio y agosto, porque cuando se piden las cosas con educación funciona”, ha añadido.
La situación cambia en Beceite, en la comarca del Matarraña, donde la presión turística es más intensa. El alcalde, Juan Enrique Celma, ha reconocido que “hemos tenido una sobresaturación en puentes como el de agosto o en Semana Santa”. A pesar de haber habilitado 120 plazas nuevas de aparcamiento, la cifra resulta insuficiente cuando se cierran espacios naturales cercanos por riesgo de incendio. “No hemos podido absorber más vehículos, porque son calles estrechas y los vecinos se han quedado sin posibilidad de utilizarlas”, ha señalado. El municipio, que recibe miles de visitantes atraídos por parajes como El Parrizal o La Pesquera, continúa buscando un equilibrio que evite colapsos.
La experiencia más ambiciosa la ha emprendido Alquézar, en la provincia de Huesca. Con apenas 340 habitantes censados y menos de 200 residentes permanentes, el pueblo puede acoger en un solo día a más de 2.000 visitantes. Su alcaldesa, Ana Blasco, ha detallado que “hemos puesto en marcha un plan de movilidad para que los vecinos puedan aparcar con tranquilidad y los turistas disfruten de la visita”. La iniciativa incluye un sistema de tarjetas de colores para diferenciar a residentes, trabajadores y propietarios de segundas residencias, además de zonas de estacionamiento disuasorio y áreas de pago. “Nos hemos asegurado espacio dentro del pueblo para los vecinos y hemos creado un sistema que está funcionando”, ha destacado. La medida ha tenido buena acogida: “La gente ha pagado sin que nadie se lo pidiera, porque entiende que mantener el pueblo tiene un coste”.
Estas tres experiencias muestran que los pueblos aragoneses han entendido que no se trata de rechazar al turismo, sino de gestionarlo con respeto. Como ha resumido la alcaldesa de Alquézar, “hemos apostado por vivir aquí y dar servicio, pero necesitamos que se haga de forma ordenada”. Desde los carteles de las yayas hasta los planes de movilidad, cada propuesta ha puesto de manifiesto la misma idea: para convivir con el turismo, hace falta diálogo, organización y, sobre todo, sentido común.




