Extrarradios inaugura su eclosión sonora en Ayerbe
La nave del SENPA acogió la primera velada musical del festival, con las actuaciones de La C.O.S.A., Stranded Horse & Boubacar Cissokho, El Nido y Dulzaro

Noche de música en Ayerbe, con Extrarradios y las actuaciones de La C.O.S.A., Stranded Horse & Boubacar Cissokho, El Nido y Dulzaro

Ayerbe
La primera velada musical de Extrarradios 2025 llenó la nave del SENPA de Ayerbe con un público dispuesto a dejarse sorprender. Bajo el título Orgullo Rural y Eclosión Sonora I, el festival propuso un recorrido de cuatro propuestas que, pese a su eclecticismo, compartieron algo esencial: una energía honesta nacida de artistas que miran al territorio no como nostalgia, sino como presente. Creadores que dialogan con lo rural desde el siglo XXI: reinterpretan sus músicas, sus costumbres y sus paisajes con lenguajes contemporáneos, sin perder el pulso de lo colectivo. El resultado fue una noche viva y profundamente emocional.
La sesión se abrió con La C.O.S.A. (Centro Organizado de Sonido Ambulante), la caravana-estudio del colectivo madrileño Chico Trópico, que llevaba varios días grabando sonidos, voces y melodías en Ayerbe.Durante ese tiempo grabaron gaitas, jotas, conversaciones, campanas e incluso las historias de los vecinos más mayores.Con ese material, mezclado con bases electrónicas, samplers y una buena dosis de humor, construyeron un directo que convertía al propio pueblo en banda sonora.
Más que un concierto, fue un retrato sonoro de Ayerbe, un experimento de cultura de proximidad donde la comunidad se convertía en materia musical en el que el pueblo se escuchó a sí mismo.
El segundo turno trajo calma y una emoción más introspectiva. El francés Yann Tambour (Stranded Horse) y el senegalés Boubacar Cissokho, heredero de una larga tradición de griots, ofrecieron un concierto delicado y magnético. Ambos tocaban la kora, ese instrumento de 21 cuerdas con cuerpo de calabaza que, en manos de Cissokho, adquiere un brillo hipnótico.
Con El Nido cambió el ritmo de la noche. El cuarteto burgalés subió al escenario con la intención de poner a bailar a la nave entera, y lo consiguió desde el primer acorde. Su música bebe del folclore castellano-leonés, pero se mezcla con post-rock, indie y electrónica sin perder identidad. La voz de Nacho Prada, emocional y cercana, fue el hilo conductor de un repertorio que combinó tradición y contemporaneidad con absoluta naturalidad. Sonaron Dejarse caer, Lo que siento, Aire y De corazón, entre jotas, muiñeiras y un homenaje a los grandes folkloristas con la canción Somos castellanos del grupo Orégano.
El cierre de la velada fue para Dulzaro, también castellano-leonés, que apareció vestido completamente de blanco, con velo incluido, para inaugurar su propio ritual escénico. Comenzó con La Tarara en versión ambient, y desde ahí desplegó un repertorio donde la tradición se mezcla con la electrónica más atrevida. Entre cucharas, panderetas y sintetizadores, interpretó La niña de la arena, Levántate morenita o Jota de la luna, siempre desde una puesta en escena intensa y envolvente.




