Entre la ruina y la rehabilitación: ¿quién salva el alma de Zaragoza?

Zaragoza

El reciente desprendimiento de un edificio en la calle Estébanes, en pleno Tubo de Zaragoza, ha encendido las alarmas sobre el estado del patrimonio arquitectónico en el casco histórico de la ciudad. El Ayuntamiento ha declarado el inmueble en ruina inminente y procederá a su derribo, aunque se conservarán algunos elementos protegidos. Mientras tanto, la hostelería local exige la reapertura urgente de la calle, vital para el turismo y la actividad comercial en una de las zonas más transitadas de Zaragoza.

Este incidente no es aislado. En barrios como la Magdalena y el Gancho, se han producido desalojos y derribos similares, en muchos casos para dar paso a inversiones inmobiliarias que transforman viviendas tradicionales en apartamentos de lujo. Emilio, vecino de la Magdalena, denuncia la venta de pisos aún no construidos por precios desorbitados, lo que desvirtúa el carácter popular del barrio.

Desde mayo, el Ayuntamiento ha iniciado una inspección de más de 200 edificios en el Gancho, y lo ocurrido en Estébanes ha acelerado la necesidad de ampliar ese plan. El concejal de Urbanismo, Víctor Serrano, ha confirmado que se priorizará una inspección especial en esta zona.

Emilio Lapeña, presidente de la Asociación de Empresarios del Tubo, advierte que hay varios edificios en situación similar, algunos vacíos desde hace décadas. Aunque no presentan urgencia estructural, se solicita su revisión para evitar nuevos incidentes. El cierre de la calle afecta gravemente a los negocios, especialmente a las terrazas, que representan hasta el 80% de la facturación de algunos locales. Algunos empresarios ya están en contacto con abogados y seguros para evaluar posibles reclamaciones, aunque la asociación no puede actuar directamente. Lapeña también reclama inversiones pendientes en iluminación y pavimento, y pide coordinación para que las obras no afecten a la actividad comercial.

En paralelo, la Asociación de Calles Dignas, presidida por Yolanda Galindo, ha lanzado una alerta sobre el riesgo de demolición del edificio situado en la calle Pignatelli número 67. Proyectado en 1902 por el arquitecto Félix Navarro, el inmueble posee elementos modernistas de gran valor y está protegido ambientalmente. Aunque inicialmente se presentó como parte de un plan de rehabilitación, los vecinos han descubierto que se estudia su posible derribo.

La asociación denuncia que en los últimos años se han declarado en ruina varios edificios del casco histórico, lo que está transformando el barrio y provocando la pérdida de su identidad. Critican la falta de mantenimiento por parte de los propietarios y la escasez de ayudas efectivas para la rehabilitación. Muchos vecinos no pueden afrontar las obras necesarias y temen no recibir las ayudas prometidas, lo que ha llevado al abandono de inmuebles. Además, señalan la falta de presión institucional para exigir el cumplimiento de la ITE y el mantenimiento adecuado.

Belén Boloqui, presidenta de Apudepa (Acción Pública para la Defensa del Patrimonio), denuncia el abandono sistemático del patrimonio histórico en Zaragoza y otras ciudades como Tarazona, Borja y Calatayud. A pesar de contar con conjuntos declarados de interés cultural —la máxima protección legal en España— los ayuntamientos no cumplen con la legislación vigente. Este abandono prolongado lleva a una degradación extrema de los inmuebles y abre la puerta a la especulación inmobiliaria, con la complicidad de las administraciones.

Boloqui insiste en que existen mecanismos legales y económicos para revertir esta situación, como los planes especiales de protección, las áreas de rehabilitación urbana (ARUs) y los fondos europeos. Lo que falta, afirma, es voluntad política y coordinación entre administraciones. También reclama un papel más activo de los medios de comunicación para informar con profundidad sobre estos temas, recordando que el derecho a la cultura está recogido en la Constitución.

Como ejemplo positivo, menciona el caso de Vitoria en los años 80, que logró conservar su casco histórico gracias a una planificación adecuada. En cambio, Zaragoza dejó olvidado su plan de los años 90, dejando a los barrios históricos en manos de personas con escasos recursos y sin apoyo institucional.