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Jaca 20 de noviembre de 1975

Extracto del libro "La Transición no será televisada" de Juan Gavasa editado por la Librería General de Jaca

Ayuntamiento de Jaca

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Jaca

Toda una generación de españoles recuerda el día de la muerte de Franco porque hubo fiesta en los colegios del país. El luto duró una semana. La desaparición del dictador quedó relacionada para siempre en el imaginario colectivo a la celebración de una liberación, acaso fugaz y anecdótica, dentro de las aulas.

En Jaca fue decretado un duelo oficial de 30 días con los mismos protocolos establecidos para el resto de pueblos y ciudades del país. Se instaló una mesa con un libro de condolencias en el zaguán del Ayuntamiento y, según informó El Pirineo Aragonés, sus páginas fueron llenando “folios y folios con cientos de firmas y rúbricas, con rostros graves y circunspectos”. A las once de la mañana de ese 20 de noviembre de 1975 se celebró en la catedral una misa por José Antonio y los caídos del bando nacional oficiada por el deán, Matías Fumanal. Esa misa, que era una tradición en Jaca desde los días de la guerra civil, se convirtió en el primer acto oficial en memoria de Franco. Acudieron todas las autoridades militares y civiles de la ciudad, incluido el obispo Ángel Hidalgo.

El sábado 22 de noviembre se ofició el funeral oficial en la Catedral de Jaca con la presencia nuevamente de todas las autoridades civiles y militares y el concejo municipal en pleno, encabezado por el alcalde, Armando Abadía. El Pirineo Aragonés informó de que fue necesario abrir las puertas del templo “para que cientos de fieles pudieran seguir el solemne acto religioso desde la lonja mayor del templo, que se hallaba totalmente ocupada”. El Orfeón Jacetano, dirigido por Tomás Asiaín, interpretó varias composiciones de música sacra durante toda la misa funeral.

“Una hora crucial y esperanzada”

Tras acabar la liturgia, un grupo de sesenta jacetanos salió hacia Huesca en autocar para unirse a más de 500 excombatientes de la provincia, con quienes viajaron a Madrid para asistir a los actos de inhumación del dictador en el Valle de los Caídos, celebrados el día 23. La Jaca oficial y oficialista, la que se había adherido al “movimiento nacional” durante la guerra del 36 y había apoyado sin reservas al régimen dictatorial, mostró dramáticamente en aquellas horas de noviembre del 75 su consternación y duelo por la muerte de Franco. Juan Lacasa Lacasa afirmaba en “Una hora crucial y esperanzada”, un artículo publicado en El Pirineo Aragonés, que “los que jugamos la carta franquista somos los primeros obligados a la grandeza de ánimo. No bastará gritar “Viva el Rey”, habrá que comprender al rey con abierta esperanza”.

Hubo otra Jaca que celebró discretamente o en la intimidad familiar su desaparición o que, como mucho, se limitó a no participar en el masivo duelo público en el ayuntamiento, en la Catedral y en las calles de la ciudad. Era la Jaca perdedora de la guerra, que todavía sufría en silencio el desgarro de la cruel contienda, y una nueva generación que se había formado ideológicamente en el vastísimo terreno que se abría entre la democracia cristiana y el comunismo.

Carlos García, que pocos años después se encargaría de dirigir la agrupación local del PSOE en Jaca tras una primera etapa en el PSA, recuerda que “tanto esperar había provocado en nosotros cierto cansancio expectante. La voladura de Carrero Blanco nos impactó más”. Lo mismo le ocurrió a Álvaro Gairín, que en 1979 ocuparía el tercer puesto en la lista del MCA (Movimiento Comunista de Aragón), a las elecciones municipales de Jaca: “el hecho de que la radio llevara muchos días informando de su estado a través del “equipo habitual” había hecho decrecer el interés por la noticia, por lo menos por mi parte”.

Era, sin duda, la crónica de una muerte anunciada. Tanto los poderes fácticos del país como la oposición democrática en la clandestinidad llevaban años preparándose y organizándose para tomar posiciones en el nuevo escenario que habría de abrirse tras la desaparición del dictador. Pero cualquier plan no podía ser más que un simulacro ante un nuevo tiempo en la historia de España que, en esos últimos días de noviembre de 1975, estaba más cargado de temores e incertidumbres que de esperanzas.

Reparto de octavillas

En las semanas previas a la muerte de Franco, la Jaca oficial inundó la vida pública local de actos de adhesión al régimen y de ensalzamiento de la figura del dictador. A finales de octubre, cuando su estado de salud ya había empeorado gravemente, los soldados del los Cursos de Montaña y las Unidades de Instrucción de la Escuela Militar de Montaña celebraron una misa en su honor en la cruz de Oroel. El 1 de octubre cientos de jacetanos viajaron a Huesca para participar en la multitudinaria “manifestación patriótica” de adhesión al régimen, que reunió a más de 12.000 oscenses. El Ayuntamiento de Jaca había editado y repartido en los días previos unas octavillas en las que se invitaba a los jacetanos a acudir a la capital de la provincia. Una caravana partió esa mañana desde la Avenida Primo de Rivera con dos pancartas que decían: “Los corazones jacetanos primer baluarte español frente a Europa” y “Jaca por una España unida”.

Aquel 1 de octubre se celebró en la Plaza de Oriente de Madrid, con réplicas en todo el país, la última gran manifestación de adhesión a Franco antes de su muerte, como respuesta a las críticas internacionales por las últimas ejecuciones del régimen. El dictador, pese a la gran presión exterior, había ordenado fusilar el 27 de septiembre de 1975 a cinco personas: tres miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP); José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz; y dos de ETA político-militar: Juan Paredes Manot (Txiki) y Ángel Otaegui.

Las protestas internacionales, con graves sucesos como el asalto y quema de la Embajada de España en Lisboa, provocaron en el régimen la misma reacción del animal herido. Se revolvió contra el clamor internacional apelando a la unidad de la patria y culpabilizando a la habitual conjura judeo-masónica. Un balbuceante Franco tiró de manual en la que sería su última aparición pública desde el balcón del Palacio Real de Madrid.

Los ecos de aquella respuesta de Europa también tuvieron su efecto en Jaca: el Orfeón Jacetano llevaba meses planificando un viaje a Austria para participar en un prestigioso festival de música en Viena. La expedición se había revestido de un importante carácter religioso y patriótico, pues se iba a aprovechar para depositar en el santuario austriaco de Mariazell una imagen de Santa Orosia adquirida mediante suscripción popular y bendecida por el obispo jaqués.

A última hora los organizadores austriacos retiraron la invitación al Orfeón, al considerar que no era el mejor momento para que una agrupación española recibiera el calor del público vienés. Su presidente en aquel momento, Luis González Chicot, se expresó en estos duros términos durante la ceremonia de bendición de la talla en la Catedral: “la incomprensión de unos países, la envidia de otros, hace momentáneamente imposible que la voz del Orfeón Jacetano suene en Viena. Esperamos que cuando la próxima primavera el perfume de las flores borre la fetidez del odio desatado, nuestra coral podrá llevar al Santuario de Mariazell la imagen de nuestra patrona”.

 

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