Este martes 11 de julio se cumplen diez años desde que la última marcha negra llegó a Madrid. No fue la primera. Ya en 1992 los mineros se fueron a Madrid; el mismo año que los trabajadores siderúrgicos en aquella marcha de hierro. Otra más en 2010 y luego esta, nacida de la también última gran huelga minera, por los recortes a las ayudas al carbón decretados por el gobierno de Mariano Rajoy, muchos dicen que fue el canto del cisne de la minería del carbón. Por entonces, en las cuencas del Nalón, El Caudal y el suroccidente asturiano, cerca de 4000 empleos estaban directamente ligados a la mina. Fueron días de huelga, de cortes de carreteras y de mineros encerrados en los pozos. Ochenta mineros asturianos partieron de Mieres rumbo a la capital del reino para mostrar el rechazo a lo que ya parecía una muerte anunciada, la de la mina; entendiendo este término como algo que va mucho más allá de una mera industria, algo muy entretejido con la sociedad de las cuencas, un modo de vida, una cultura y una sociedad de gentes que no se rinden. Y así comenzaron a caminar, a ratos solos y a ratos entre aplausos que se iban cambiando por ovaciones al cruzar los pueblos del carbón por tierras asturianas y leonesas, al pasar entre los ánimos de otros colectivos agraviados por aquel entonces, hasta cubrir, paso a paso, en 20 días, los 450 kilómetros que separan la cuenca del río Caudal de la del Manzanares. Quisieron llegar, de hecho al kilómetro cero. En la noche del 10 al 11 de julio de 2012, la Puerta del Sol se llenó de lámparas mineras entre cánticos y gritos de ánimo. Entre una multitud que salió a recibir a los caminantes. Unas horas después y ya bajo el sol impenitente de Madrid, las columnas salidas de Asturias, León y Teruel desfilan entre decenas de miles de personas hacia el Ministerio de Industria. El día termina mal, con las consabidas cargas de la policía. Visto todo aquello con la perspectiva que da el paso del tiempo, aquel 11 de julio de 2012 volvió a demostrar el poder de convocatoria de las gentes de la mina que, incluso abrieron el camino de la lucha en la calle a otros colectivos víctimas de recortes. Las crónicas cuentan que se citaron en la Castellana medio millón de personas (según los convocantes porque la policía municipal no llegó a contar más de diez mil). De todos modos, tantas gargantas exigiendo respuestas consiguieron abrir un pequeño resquicio en aquel gobierno que hasta entonces se había mostrado férreo, casi pétreo ante la industria del carbón. Una década después solo queda una explotación abierta. El Pozo Nicolasa se ocupa de abastecer a la térmica de La Pereda, también de Hunosa. Y será por poco tiempo, porque en nada comenzará a quemar biomasa. De aquella gran industria minera de mediados del siglo pasado, con cincuenta mil trabajadores, ya no queda nada. Ahora lo llamamos descarbonización, pero ha tenido muchos otros nombres. ¿Qué queda de todo aquello? ¿Sirvió para algo? ¿Qué huella ha dejado en las vidas de los que lo vivieron? En Hoy por Hoy Asturias hemos hablado este martes con dos de los muchos protagonistas de aquella marcha. José Luís Fernández Roces, que ahora ocupa la secretaría de organización del sindicato SOMA – FITAG – UGT, fue el encargado de leer el manifiesto a la llegada a la Puerta del Sol; Y Marcos García, entonces minero del pozo María Luisa, fue otro de los caminantes que hicieron la marcha completa, desde Mieres hasta Madrid.