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Fútbol

Bochorno en El Molinón

El Mirandés, uno de los peores equipos a domicilio de la categoría, le saca los colores al Sporting, empecinado en desarrollar una idea futbolística para la que no parece tener mimbres

Los jugadores del Sporting se lamentan mientras los del Mirandés celebran uno de sus goles en El Molinón. / LaLiga

Gijón

La afición del Sporting no es tonta. Otra cosa es que la hayan tratado como tal durante muchos años. Y que eso haya creado un clima de frustración y resignación, cuando no de conformismo. Hace no tanto tiempo, una situación clasificatoria como la que vive el equipo sería un escándalo insoportable para la ciudad, la afición, los medios de comunicación y en el seno del propio club. Hace unos años, un partido como el Sporting 3 - Mirandés 4 habría acabado con una bronca escandalosa, con una pañolada antológica y con una verdadera exigencia de responsabilidades. Ahora, anclados desde hace décadas en la mediocridad (con mínimas excepciones) y convertida esta en rutina, ocurre que después de semejante esperpento hubo bronca, pero no tanta. La atenuó, en parte, el maquillaje del marcador con el gol de Aitor García en el minuto 91, pero a eso hay que sumarle la apatía generalizada con un equipo que transmite, además de preocupación, pereza. Pero sí hubo protestas, porque más allá de un partido pésimo, la afición del Sporting está harta de estar harta, de promesas incumplidas, de lecciones de fútbol, de sportinguismo y de vida, de ridículos futbolísticos, de penurias deportivas y de humo para intentar taparlo todo.

El partido frente al Mirandés fue un bochorno, un ridículo espantoso que no puede tapar la reacción impetuosa final. El Sporting es una caricatura de equipo intentando practicar un modelo de fútbol para el que no está capacitado, como quedó claro durante toda la tarde. Empecinado en sacar el balón jugado (sobre el papel queda muy bonito) fue para el Sporting un constante ejercicio de masoquismo y automutilación. Tratando de hacerlo bonito, el equipo dio un espectáculo esperpéntico. Cada regalo, cada fallo atrás, acababa en un gol del Mirandés, un rival que en las treinta primeras jornadas del campeonato había marcado ocho goles fuera de casa; en El Molinón logró cuatro y tuvo ocasiones para hacer dos o tres más.

El mayor mérito del Mirandés fue aprovechar los regalos del Sporting. Y eso que, aparentemente, el equipo empezaba el partido con ánimos, queriendo dominar y viendo cómo se le anulaba un gol a Milovanic, ligeramente adelantado cuando desde la izquierda partió el centro que el serbio remató de cabeza.

Pero apenas dos minutos después la endeblez de la defensa rojiblanca quedó probada en la acción en la que, tras un saque de banda, Juanlu se fue por la derecha ante la inocencia de Dani Queipo y su pase atrás lo remataba a placer Salinas desde el punto de penalti. Y, a partir de ahí, el desastre. La pérdida de Insua que acabó en el 2-0, obra de Jofre. El disparo de Juanlu que Cuéllar evitó que se convirtiera en el tercero. El incremento de los pitos en El Molinón. El golazo de Pedro Díaz, más de rabia que de fútbol, para intentar darle vidilla al partido. Pero más errores en la salida de balón. La intervención de Cuéllar para evitar el tanto de Pinchi, algo que no pudo evitar el guardameta nada más comenzar la segunda parte, tras la enésima pérdida rojiblanca en zona de riesgo, esta vez por parte de Christian Rivera. Y unos minutos después, el ridículo total con el cuarto gol jabato, este de Juanlu de disparo cruzado, tras recibir absolutamente solo en el área. Y ya, en ese momento, el cambio de objetivo de las protestas: la grada miró al palco, un gesto repetido durante tantos años para ver otras caras. Porque una cosa es la paciencia y otra el sonrojo y la sensación de que una cosa es la declaración de intenciones y otra la pinta que tienen las decisiones deportivas que se han ido tomando en los últimos meses.

Tuvo suerte el Sporting. La suerte de que Cuéllar volviera a evitar el gol en una acción en la que Jofre se fue con facilidad de Cote y ensayó el disparo. Y que aunque vapuleado, el Sporting pudiera darle emoción al partido en los últimos diez minutos (porque antes, en toda la segunda parte, la capacidad de reacción había sido nula, sin ocasión alguna de gol). Los dos tantos de Aitor García atenuaron pero no evitaron el desastre.

Nadie (quizás solo él) sabe en qué ha mejorado el Sporting con la llegada de Miguel Ángel Ramírez. El único cambio ha sido la exigencia: lo que se le pedía a Abelardo (el playoff o fracaso) ya forma parte del pasado (como es lógico). Pero mejora futbolística, colectiva o de algún rendimiento individual, ¿alguien la aprecia?

La conclusión que se puede sacar de los acontecimientos es que, por lo visto hasta ahora, para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Aplicable a todos los ámbitos, deportivo y extradeportivo. Tendrán que venir tiempos mejores. Falta hace. Porque si la situación empeora, el pozo volverá a estar cerca.

David González

David González

Vinculado a SER Gijón desde 1998. Director de SER Deportivos Gijón y voz de los partidos del Sporting...

 
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