La crisis y sus patéticas políticas culturales

La crisis y unas patéticas políticas culturales, IVA incluido, han provocado el cierre de salas y han abocado a las compañías a la ruina, con autores, intérpretes y técnicos sometidos a una inestabilidad laboral que nos condena a la marginalidad, no a la profesionalización. La entrega de los premios Max, retransmitidos anoche por la 2, tiene un valor publicitario clave para las artes escénicas. En estos tiempos, y con ese presupuesto, no deben verse como una muestra de onanismo gremial subvencionado -un regalo para satisfacer el ego de unos creadores que, a estas alturas, necesitan otros alimentos terrenales para sobrevivir- sino como un acto para reconocer el talento de los creadores pero, sobre todo, para promocionarlo y tentar al público con un buen cebo. Con un mísero 0,9% de audiencia, la gala no cumplió, ni de lejos, esa misión. 'Oh yeah, grrrr, all right' qué modernos somos, hablamos en inglés y llevamos el culo al aire, y por si fuera poco nos desgañitamos tanto que no dejamos que nadie se emocione o nos emocione con sus agradecimientos, que esto es un cabaret de autor, provocador, no una gala para televisión, ese infame medio de masas. Sí, así fue, primó la presencia insufrible del maestro de ceremonias sobre los premiados, que para eso presentaba un tinglado que ni si quiera se veía, porque todo estaba oscuro, todo era caótico, con los cámaras luchando entre músculos y tetas para conseguir un plano digno. No sé cuántos espectadores de la gala querrán ir al teatro a ver los espectáculos premiados, porque con el jaleo ni siquiera vimos una triste muestra de los candidatos. Porque a mí, después de los premios Tony, me dan ganas de irme a Broadway al teatro, pero cuando veo los Max, me dan ganas de darme a la bebida. Ay, nos quejamos de los políticos que quieren enterrarnos y ayer constatamos que no los necesitamos para actuar como enterradores.