Las cosas, por su nombre

Los dirigentes europeos siguen sin decidir quién será el próximo presidente de la Comisión Europea, lo que quiere decir que el actual equipo, que nunca se caracterizó por su firmeza de carácter, se encuentra ahora más débil que nunca. Los dirigentes discuten y vuelven a discutir y mientras tanto en la Unión siguen pasando cosas y la Comisión, que debería estar vigilante, sigue sin tomar la iniciativa para resolver problemas urgentes. Por ejemplo, los ataques a la libertad de expresión que se suceden, día tras día, en Hungría, un país que es miembro de la Unión pero en el que se ha prohibido que se pueda calificar como de extrema derecha a un partido que es de extrema derecha y que se llama Jobbik. Según la Corte Constitucional dado que Jobbik no se define a sí misma como extremista, no hay derecho a que se le denomine, en los medios húngaros, de extremista, racista y ultraderechista, todo lo cual es, sin la menor duda y de acuerdo con cualquier criterio medianamente independiente.

El gobierno de rasgos autoritarios que dirige el primer ministro Viktor Orbán ganó holgadamente las últimas elecciones europeas y le ha faltado tiempo para celebrarlo: un impuesto del 40% sobre los ingresos publicitarios de los medios de comunicación, lo que fulmina a los que no reciben dinero oficial. El gobierno húngaro sigue adelante, cada día más inquietante, pero nadie en Europa parece atento.