Los veranos en el chiringuito Bugambilia: "Nosotros vivíamos en la playa desde que amanecía hasta que nos íbamos a dormir"
Julio López iba a bañarse a Cas Catalá y era cliente del local. En el 76, pasa a ser el dueño
Tres euros con dos pesetas- Chiringuito Bugambilia
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Palma
Una mezcla de olores llega a nuestra mesa. La brisa del mar, de momento, predomina por encima del perfume de la crema solar. Es pronto todavía pero en cuestión de horas estos aromas quedarán solapados por otros: a paella, marisco, pescado y todo tipo de platos. No hace mucho viento, con lo cual, el mar está prácticamente en calma. Solo se percibe un suave oleaje. En la arena hay unas cuántas personas tomando el sol. En la orilla, una señora con un sombrero anda de lado a lado. Sus pies se hunden en la arena a cada paso. En nuestra mesa, 5 personas: Julio López, Lisa Marcussen, los hermanos Miguel y Jose López, y yo.
Foto a foto recorremos la historia del Bugambilia. Julio López cogió el chiringuito el año 1976. Tiene la voz ronca, así que gran parte de la historia nos la cuenta su mujer Lisa. Dos años más tarde, en el 78, Lisa empezaría a formar parte de la historia del lugar y de la vida de Julio.
Julio y Lisa podrían resumir los inicios de su amor, como un amor de verano. Lisa vivía en Dinamarca y con sus padres veraneaban en Mallorca. Venían dos veces al año. El padre de ella era amigo de Julio. En el 82, Julio le pidió si se quería quedar con él.
La esencia del chiringuito se mantiene a día de hoy. Un momento y un lugar de reunión familiar, de paellas con amigos. Pero antes, había menos plantilla y los clientes se podían pasar todo el día en el chiringuito. Se sentaban a desayunar y se iban a dar un chapuzón, luego volvían y comían y se volvían a ir al agua hasta que el chiringuito cerraba a las 17 de la tarde. Pero luego, la plantilla aumentó y los hábitos de los clientes se tuvieron que cambiar. Necesitaban más rotación.
El teléfono del Bugambilia no deja de sonar en toda la mañana. Su temporada empieza del 1 de abril a finales de octubre. Ahora, en el mes de junio, el ritmo es frenético entre semana y también los fines de semana.
Por aquel entonces, en los 80, como explicaba Lisa, la playa de Cas Català y el Bugambilia, eran frecuentados, en gran parte, por los vecinos de la zona. Pero la playa también era ya conocida como la pequeña playa Danesa.
Julio, entre risas, dice que aunque le hubieran dado la cifra que pedía, no lo hubiera vendido. Una enfermedad lo apartó del negocio al que le entrego su vida. A Miguel siempre le había gustado el chiringuito. Era patrón de altura y cuándo libraba se iba allí a ayudar a la familia. Jose, su hermano, también echaba siempre que podía una mano, pero no le gustaba la hostelería. La enfermedad de su padre cambio el rumbo de los dos.
En los inicios, los hermanos tenían peleas continuas. Luego fueron encontrando sus espacios. Además, el carácter fuerte de su padre Julio chocaba con Jose. Esa era otra de las razones por las cuales él no quería trabajar en el chiringuito. Las nuevas generaciones querían hacer cambios. Pero la generación antigua se resistía. Abrir el chiringuito por la noche, o introducir otras comidas como hamburguesas, que los hermanos hacen también en el otro local que regentan el Bugambilia Street. Parecen cambios sin importancia, pero como dice Miguel, Julio es de la vieja escuela.
Pero los clientes son la mayor prueba del éxito. Y Lisa y Julio tuvieron que aceptar que sus hijos lo estaban haciendo bien. A día de hoy siguen recogiendo los frutos. Encontrar mesa, según que día, es misión imposible en el Bugambilia. Es más, este reportaje se grabó antes de Sant Joan. El lunes de esa semana ya no había hueco para cenar en la revetlla. Porque no existe el verano sin sentarse en un chiringuito, a reír, hablar y relajarse mientras esperas esa paella de marisco y te refrescas con una sangría de cava.
Una preciosa y grande bugambilia rosa preside la pared de al lado de la cocina. Un mar azul en calma lo encuadra todo. En el centro, pequeñito navegando por el mar de este mural hay un velero azul. Un barco que, en su momento, Julio construyó para cruzar el atlántico. Una apuesta que ganó por cabezonería. El premio era una cerveza. Tardó dos años en construir el barco y cruzó el atlántico. En el dibujo encontramos también el deseo de los hijos de Julio, Miguel y José, que el legado continúe. Y si el deseo de la familia López- Marcussen se cumple. Los veranos seguirán siendo en el Bugambilia.