"En esta zona de Palma había 110 comercios tradicionales, ahora quedamos uno o dos"
Los turistas que pasan de largo de estos negocios, la preferencia de los residentes por la rapidez y la abundancia de productos que ofrecen las grandes superficies y la jubilación de los propietarios son las principales razones por las que las tiendas con más arraigo en la ciudad están desapareciendo
REPORTAJE COMERCIOS TRADICIONALES
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Palma
Hacer el recuento de la caja, ordenar la tienda y bajar la barrera. Es la rutina que siguen los centenares de comercios que componen las calles comerciales más importantes de Palma, como vía Sindicat, carrer dels Oms o de Sant Miquel, cuando llega la hora de cierre de sus negocios. El sonido que más se repite en los comercios pequeños de Palma es el de esas barreras que bajan, pero ya no suben. Y si suben, lo más probable es que lo hagan bajo el nombre de una franquicia. Es lo que lleva ocurriendo durante los últimos años con los comercios más tradicionales de la ciudad. A día de hoy, tan solo unos pocos de esos negocios más históricos se mantienen en pie.
Un pequeño paseo por alguna de estas calles basta para darse cuenta del cambio que ha vivido Palma en este ámbito. Los tradicionales forns, mercerías, zapaterías o bares, han ido echando el cierre y han dejado paso a franquicias de ropa, estudios de tatuaje, salones de uñas, o bares donde ya no se sirve un 'variat', sino un ‘brunch’. El principal motivo que se da es la jubilación del propietario del establecimiento. Después del retiro de quien está al cargo, no hay certeza en que los hijos o cualquier otra persona quiera continuar con la tienda. Es el caso de Jaume Salom, propietario de Central Copisteria, ubicada en el carrer dels Oms. Abrió este taller gráfico hace más de sesenta años. Cuando entramos a la tienda nos encontramos con planos de Palma antiguos que ocupan toda una pared. La continuidad de estos planos y demás material que guarda Jaume y que expone en su tienda depende de sus hijos. Él tiene tres y dos ya aseguraron que no continuarían el negocio familiar. La decisión del tercero es incierta. "No sé qué harán", explica Salom.
No es la única copistería que sobrevive en esta calle. Desde mediados de los noventa también se encuentra paper Oms. Renovarse o desaparecer. Es la principal decisión que tuvieron que tomar en esta tienda. María es empleada y este año cumplirá veinte años trabajando ahí. "Venían muchos más particulares al local antes, ahora se hace casi todo por Internet, es decir, hemos tenido que renovarnos para poder seguir manteniendo la tienda en marcha", comenta María.
Muy cerquita de aquí se encuentra otro pequeño comercio. Cambiamos papelería por alimentación. Sa Formatgería, una quesería y bar que lleva en marcha desde 2003. Su estrecha entrada nos adentra en una pequeña tienda de no más de un metro y medio de ancho, donde se pueden encontrar una amplía variedad de quesos diferentes que no se venden en grandes superficies. Inmaculada Gimeno, su propietaria, se jubila el año que viene y asegura que traspasará el negocio. Aquí se prima la atención y el cuidado al cliente. "Cuando la gente quiere hacer una cena especial, yo les sugiero quesos y ellos los van ordenando del más suave al más fuerte, y hacemos pequeñas bandejas de ese modo" asegura Gimeno, que no tiene ningún producto prefabricado, y realiza esas bandejas al momento junto al cliente. Una clientela que dice, tiene que ser "mallorquina" porque si no "la pequeña tienda puede cerrar la bandera". Respecto al paso de turistas por su tienda, apostilla que "el turista es bueno si pasa por tu calle".
"El comercio cambia como el tiempo y la gente va a grandes almacenes y las tiendas pequeñas están condenadas", reconoce Pedro, un ciudadano que pasea por el centro de Palma. Él forma parte de esa clientela local que dice Gimeno, que sostiene a tiendas como la suya, y sabe también de su importancia, pero reconoce que, a veces, al encontrar todo lo que necesita en grandes superficies, acude antes a ese tipo de negocios, pese al perjuicio que provoca en los pequeños comercios.
Al igual que este establecimiento, muchos de los locales de estos comercios tradicionales cuentan con pequeñas y estrechas entradas, y están ubicados en calles donde, sobre todo, en verano, los miles de turistas que caminan cada día por estas zonas, no se detienen a observar estas tiendas o se ven más atraídos por los grandes y luminosos locales que ocupan las grandes marcas y las franquicias. Otra persona que también recibe, mayormente, clientela mallorquina es Mateu Martorell. Tiene 92 años y es el propietario de Ca’n Vinagre, un emblemático bar del carrer dels Oms, que abrió en 1929. Los casi cien años de historia han dado para muchas anécdotas. "Una vez jugábamos a Baccarat por la noche, a las tres de la madrugada, y tocaron la puerta, y nos pensábamos que era la polícia. La gente se metió por un corral que había al lado, se metieron por debajo de una cama y resultó que cuando abrió mi padre era un vecino que venía a tomarse un café a esas horas", rememora Martorell. También recuerda que antes la vida en los barrios era diferente, con más participación vecinal y alejados del consumo rápido y masivo.
Si subimos el carrer dels Oms en dirección a la Plaza España, llegamos a otra de las calles más comerciales de Palma, el carrer de Sant Miquel. Cuatrocientos metros de calle que aglomeran cientos de tiendas y negocios. Al igual que en Oms, las grandes marcas y las franquicias son las dueñas de esta calle. En Sant Miquel sobrevive una de las mercerías más emblemáticas de Palma, la mercería Plovins. La abrío Joan Plovins en 1926. Quien la regenta ahora es su nieto, Joan. "Vendíamos puntillas, cintas, hilos, agujas, pero esto la gente joven casi no lo emplea", motivo por el que Plovins admite que, en este pequeño local de menos de 50m², el escaparate y las paredes están ahora llenos de bolsos, camisetas, sombreros.
Algunos de esos jóvenes que Plovins afirma que ya no compran en estos lugares reconocen que el cierre de los comercios pequeños suponen una pérdida cultural. "Es una pena que se pierda estos comercios, porque están regentados por gente mayor que luego se jubila y luego sus familias no continúan con este negocio y se pierde la cultura e identidad mallorquina frente a las grandes cadenas", lamenta Sergi, un joven que camina por la calle de Sant Miquel.
Los miles de turistas que pasan por aquí cada día no prestan atención a tiendas como estas u otras que visitamos. Las entradas estrechas o la cartelería poco luminosa no llama tanto la atención como las tiendas de grandes marcas y franquicias con entradas anchas o letreros muy bien iluminados. Es algo común a otras calles de la capital mallorquina. Como es el caso de la vía Sindicato. Al igual que otras calles del centro, hace décadas los negocios eran más familiares, cercanos y entre unas tiendas y otras se conocían. Ahora está inundado de estudios de tatuaje, salones de uñas y otros negocios sin ningún tipo de arraigo.
"Fils i troques no está, Arrom y Bandido tampoco, Establecimientos Humo tampoco..." enumera Miquel Riera, propietario de la zapatería Neus Palou, que abrió su suegro en 1947. Él la regenta desde principios de los setenta. Nos recibe en la tienda y mientras su empleada atiende a unos clientes, mallorquines, él nos invita a la trastienda para hablar de manera más tranquila. Con un listado de comercios en la mano, todos ellos de cuando comenzó en la tienda, lamenta que los pocos negocios más tradicionales que ya quedan en la Vía Sindicato. "Aquí había 110 comercios, de ese número, quedamos uno o dos, todo lo demás ha desaparecido" afirma Riera, un tanto apenado, y añade que cuando un pequeño establecimiento cierra, ya no abre otro, abre una franquicia. Riera es alguien que reconoce que disfruta de su trabajo, y aunque admite que, a día de hoy, el negocio no vive su mejor momento, agradece no tener que buscar grandes márgenes de beneficios.
Sentado en un banco dentro de la tienda está Pedro Salvá, que espera mientras su mujer se prueba unas abarcas. "Pienso que los buenos precios no están en las grandes superficies", defiende Salvá, que es un firme defensor del pequeño comercio y de la calidad de sus productos.
Los turistas que pasan de largo, los residentes que prefieren la rapidez de los grandes comercios por encima de la calidad y la atención al cliente de los más pequeños, la jubilación de los propietarios o los altos costes llevan poco a poco a que una parte de la historia de esta ciudad desaparezca.