Hablemos de sexualidad. Capítulo 7. Influencias del imaginario sexual

Mahón

Vivimos rodeados de estímulos. Basta un clic, un gesto con el dedo sobre la pantalla, para acceder a imágenes y vídeos que, sin previo aviso ni contexto, moldean el deseo, el cuerpo y las relaciones. El acceso masivo y sin filtros a la pornografía está dejando una huella profunda —y preocupante— en las generaciones más jóvenes.

En este nuevo capítulo de los videopodcast que hacemos de la mano de la sexóloga Liza Schmitz, pasamos de la influencia del imaginario corporal (el anterior capítulo) al imaginario sexual.

Hablar de sexo debería ser hablar de placer, consentimiento, afecto, cuidado y comunicación. Pero, en demasiados casos, lo que se entiende hoy como “sexo” entre adolescentes y jóvenes tiene más que ver con una copia mal interpretada de escenas pornográficas que con una experiencia íntima y sana. Y eso es un problema que no podemos seguir ignorando.

Acceso demasiado fácil

La mayoría del contenido pornográfico al que se accede de forma libre y gratuita no está pensado para educar ni para mostrar relaciones equilibradas. Al contrario: gran parte de él reproduce patrones de violencia, dominación, denigración de la mujer y ausencia total de prácticas de protección ante enfermedades de transmisión sexual. No hay pausas, ni conversación, ni consentimiento real. Y sin embargo, esa es la primera escuela sexual de muchos adolescentes.

Mal referente

¿Qué ocurre entonces? Que las primeras experiencias íntimas se construyen desde una expectativa distorsionada. Que se normalizan prácticas que no siempre se desean, pero se asumen “porque es lo que toca”. Que se desconoce lo más esencial: los límites, la empatía, el autocuidado y el cuidado del otro. En muchos casos, las chicas sienten presión por cumplir un papel que no les pertenece y los chicos actúan desde la repetición, sin preguntarse si lo que hacen tiene sentido o genera bienestar.

Este no es un discurso moralista. No se trata de demonizar el deseo, ni de negar que el erotismo forma parte de la naturaleza humana. Se trata de preguntarnos: ¿quién está educando a nuestros jóvenes en el sexo? ¿Qué referentes están construyendo su imaginario? Porque si la respuesta es “el porno mainstream gratuito”, entonces estamos fallando como sociedad.

El poder de la (buena) comunicación

La solución no es taparse los ojos, sino abrir el diálogo. Hablar claro en casa, en la escuela, en los medios. Ofrecer espacios donde los jóvenes puedan preguntar sin vergüenza, comprender sus cuerpos y emociones, entender qué es una relación sana y qué no lo es. Necesitamos una educación afectivo-sexual real, que incluya el deseo, el consentimiento, el placer mutuo, la diversidad y, por supuesto, la prevención.

Es urgente que volvamos a poner la conversación sobre la mesa. Porque, si no lo hacemos, otros lo harán por nosotros. Y no siempre con los mejores mensajes.

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Luis Soler Dauchy