Hablemos de sexualidad. Capítulo 8. Relación entre redes sociales, pornografía y prostitución
Los datos apuntan a una tendencia preocupante

Luis Soler Dauchy
Mahón
No vamos a desvelar nada nuevo si decimos que vivimos hiperconectados. A través del móvil, entramos en contacto con miles de personas al día. Compartimos imágenes, seguimos cuentas, admiramos cuerpos. Pero en ese flujo constante de likes y mensajes directos, hay algo que pasa casi inadvertido: la delgada línea que, en algunas plataformas, une el mundo de las redes sociales con el de la pornografía y la prostitución.
Datos que deben preocuparnos
En el videopodcast de hoy, la sexóloga Liza Schmitz recoge, aporta y comenta varios datos que piden atención.
Las redes sociales, pensadas originalmente para conectar, informar o entretener, se han convertido también en un escaparate donde el cuerpo —especialmente el femenino— se convierte en moneda de cambio. No se trata solo de una foto sugerente o de un contenido erótico; hablamos de una lógica que refuerza una cultura de la hipersexualización, donde la apariencia y el deseo pasan a formar parte de un mercado.
Esta situación se complica aún más cuando entran en juego plataformas de contenido sexual explícito, como OnlyFans, donde cualquiera puede ofrecer contenido a cambio de dinero. El problema no está en la existencia de este tipo de espacios en sí, sino en cómo se mezclan, se infiltran y normalizan dentro del entorno cotidiano de adolescentes y jóvenes que no tienen aún las herramientas críticas necesarias para distinguir entre libertad sexual y explotación.
Y aquí es donde la pornografía y la prostitución entran en escena. Muchas chicas jóvenes —algunas aún menores— reciben propuestas a través de redes sociales para intercambiar imágenes íntimas, participar en vídeos o incluso ejercer como “acompañantes”. Las barreras han caído: ya no hay que acudir a un lugar físico, ni pasar por un entorno claramente identificado como parte del mundo de la prostitución. Ahora basta con una cuenta de Instagram, un mensaje directo y un sistema de pago online.
Una idea equivocada que se va imponiendo
Lo más inquietante es que esta dinámica está envuelta en un falso discurso de empoderamiento. Se presenta como libertad, como independencia económica, como decisión personal. Y en algunos casos puede serlo. Pero en muchos otros, hay vulnerabilidad, presión, necesidad económica o una idea distorsionada de lo que significa tener valor o ser deseada. La línea entre elección y coacción es mucho más fina de lo que parece, sobre todo cuando entra en juego la validación social que otorgan los seguidores, los likes y la atención constante.
Se trata de educar
Necesitamos volver a mirar con perspectiva. No se trata de demonizar ni las redes ni la sexualidad. Se trata de educar, de prevenir, de hablar claro. De construir una cultura digital y afectiva donde los cuerpos no sean objetos de consumo, sino parte de una identidad que se respeta y se cuida.
Porque entre el clic y la decisión hay muchas preguntas que merecen respuesta. Y si no las damos como sociedad, alguien más lo hará. Y probablemente no con buenas intenciones.

Luis Soler Dauchy




