Sobre la bondad de Torres
El Enfoque de Francisco Pomares

El Enfoque de Francisco Pomares
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Santa Cruz de Tenerife
Lleva Torres ya casi tres años al frente del Gobierno y aún no han salido de debajo de las piedras los críticos ad hominen de su mandato. Algo tendrá este hombre que despierta sin tener que hacer esfuerzo alguno una casi universal conmiseración: el desafortunado Ángel Víctor, coleccionista involuntario de catastróficas desdichas, el presidente al que le tocó bailar con todas las más feas, el hombre tranquilo que nunca (casi nunca) pierde la compostura y la voz suave, casi aterciopelada, el caballero de Arucas incapaz de matar una mosca, faltarle el respeto a nadie, filibustear o hacer una trapisonda.
Hace tiempo que la bondad intrínseca de Torres me escama: no porque no crea en la existencia de gentes buenas, sino porque aunque existen buenos políticos, el político bueno es un fenómeno improbable. Alguien tan, pero tan bueno, discreto, respetuoso y sacrificado no podría durar mucho en las altas lides del gobierno, y éste lleva ya 23 años sin que nadie le tosa. Pero… ¿es realmente Torres un hombre tan bueno como nos dice la tele? Probablemente, en un universo como el político, donde lo que cuenta es lo que la gente te compra, Torres pasa por serlo –un buenazo-, como lo son los cuatro colegas que le acompañan más cerca en su viaje de largo aliento y recorrido desde los concursos literarios a la profesión de vendedor de cuentos. Ha aprendido a gobernar con aparente suavidad, casi melifluamente, dejando que se achicharren otros. No se le conocen golfadas de dinero. Reparte sus sonrisas sin avaricia ni mesura. Adopta un semblante de triste taciturno ante la desgracia ajena y pone cara de cura plácido y santiguado cuando sus adversarios la pifian. Es la suya la biografía de un titán del disimulo.
Pero Torres oculta algunos perfiles afilados: se define a sí mismo en sus actos como alguien que evita problemas (sobre todo los que pueden afectarle), y es capaz de hacer lo que haga falta para evitar ser el pagano de cualquier conflicto. Por no cargar en un entierro con el muerto vendería su alma al mismo diablo. Para los asuntos más delicados, complejos u oscuros, tira de Olivera, que es el que se ocupa de hacer lo que no debe hacer un presidente. Dicen que a él, Torres sí le cuida. Por eso le tocó a Blas Trujillo explicar en el Parlamento lo de los cuatro millones de las mascarillas.




