Sobre las notas altas en Educación

El Enfoque de Francisco Pomares
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Santa Cruz de Tenerife
Hace apenas tres décadas, alrededor del treinta por ciento de los alumnos y alumnas que se presentaban a las pruebas de Selectividad no lograban superarlas. Sin duda era traumático para muchos, pero el rigor de las pruebas, su solvencia académica, conseguía que la Selectividad fuera tomada en serio por los alumnos. Frente a ese 70 por ciento de alumnos que lograban superar los exámenes en la década de los 90, hoy lo consiguen hasta el 93 por ciento.
Sin embargo, los alumnos y alumnas llegan hoy mucho peor preparados que nunca a la Universidad. Aunque es cierto que lo hacen con calificaciones significativamente mejores. De hecho, casi la cuarta parte de los que se presentan a la Selectividad cuenta con una nota media de sobresaliente durante el periodo de Bachillerato. Y la nota media con la que se accede a la Selectividad supera hoy los ocho puntos. Ocurre así porque los criterios para valorar el trabajo estudiantil son cada vez más laxos: lo son en bachillerato, donde resulta aceptable que un alumno sea incapaz no ya de redactar un texto comprensible, sino a veces de expresarse de forma inteligible. En la Universidad, muchos alumnos consideran que merecen sobresaliente sólo por asistir a la mayoría de las clases y presentar los trabajos que se les encargan. Llegan a las facultades acostumbrados a ser sobreprotegidos por sus familias y tratados con paños calientes por sus profesores.
Y no es algo que haya comenzado a pasar con la pandemia, cuando el Gobierno dio con la boca chica la instrucción de aflojar y permitir que promocionara todo el mundo. Una recomendación parecida habría provocado un estallido de repulsa en la comunidad educativa hace tan sólo un par de décadas. Hace dos años, los profesores ni rechistaron. Y esta desidia viene de lejos: unas leyes educativas cada día más ideologizadas y menos pensadas para preparar a los jóvenes y ofrecerles el acceso al conocimiento: Más un profesorado harto de verse sometido a conflictos cada vez más violentos en las clases, al rechazo y descrédito social y la pérdida de autoridad. Y muchas familias que consideran que la educación y preparación de los hijos para la vida, es un servicio público en el que lo que ocurra en casa no tiene por qué tener demasiada importancia.
Con tales mimbres, el sistema educativo español ha ido cediendo paulatinamente ante el discreto pero imparable empuje de la mediocridad.




