Sobre la pérdida de prestigio del trabajo
EL ENFOQUE 28 SEPTIEMBRE
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Santa Cruz de Tenerife
La patronal tinerfeña ha denunciado que Canarias supera en absentismo laboral un punto y medio la media española. Lo peor no es esa diferencia, que podría explicarse por los desfases existentes en empleo y en salarios entre las islas y la Península, sino el hecho de que tal ratio se sostiene además con una tendencia creciente, que ya provoca la pérdida de casi una por cada diez horas pactadas. Parece mucho trabajo perdido, sobre todo si tenemos en cuenta otros elementos, como el hecho de que el Archipiélago encabece el aumento nacional de parados de larga duración, los salarios que se pagan en las islas se encuentran entre los más bajos del país, y la brecha creciente de la desigualdad social no pare de ensancharse.
El sueño de las clases medias de una vida con bienestar y seguridad, se lo han tragado las crisis encadenadas, la inflación, la desigualdad en el reparto de los beneficios generados por la actividad empresarial y una economía en la que cada vez hay más distancia entre lo que cobran los directivos y lo que reciben los trabajadores, tanto en las empresas como en la administración. Un voraz capitalismo de directivos, donde quienes manejan las empresas no tienen empatía alguna con el negocio, porque no viven del éxito productivo o comercial, porque no son propietarios o accionistas, se ha instalado en la cultura económica, convirtiendo a liquidadores sin escrúpulos en los nuevos héroes de las finanzas.
Es un fenómeno complejo, en el que influyen la desmaterialización de la propiedad, la carrera por la implantación de una economía digital, la generalización del salario social como panacea y freno a las protestas, y el desprecio por lo colectivo, por la justicia y la igualdad. Y todo eso ocurre mientras las clases dirigentes se enfangan en sus peleas de patio de colegio, la ideología sólo funciona para sostener la voluntad de bronca, y las naciones pierden la memoria y retroceden con complacencia hacia un nacionalismo excluyente y belicoso.
El verdadero problema no es que la gente le vea cada vez menos sentido a trabajar. No son esos millones de horas perdidas, o esos millones de seres humanos que renuncian. El problema es qué con miles de trabajadores instalados en el umbral de la pobreza, trabajar ya no significa tener autonomía, ser independiente, prosperar. Y así son muchos los que se hacen la pregunta de para qué trabajar, entonces.