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Cristina Martel, de Lanzarote a curar heridas de guerra y de serpiente en Sudán del Sur

El año pasado estuvo en Yemen luchando contra la covid-19 y ya el pasado mes de junio hizo la maleta para desplazarse a Sudán del Sur

Cristina Martel en Sudán del Sur, / Agencia EFE

Puerto del Rosario

Un enfrentamiento armado entre las comunidades de Agok, en Sudan del Sur, en febrero dejó unos 70.000 desplazados, la mitad de los cuales huyeron a Abyei, donde malviven en casas de campaña.

En junio, la cooperante canaria Cristina Martel viajó a la zona para trabajar en un hospital donde las enfermedades comunes se mezclan con picaduras de serpiente y heridas de guerra.

Médicos Sin Fronteras (MSF) había abierto en 2008 un centro médico en Agok, que estuvo aliviando las carencias sanitarias del país hasta que en febrero de este año enfrentamientos entre comunidades de las tribus Dinka Kgok y Twic Dinka produjo el éxodo de 70.000 personas.

La mitad, aproximadamente, huyeron hacia el condado Twic, en el estado de Warrap, y la otra mitad al norte en Abyei.

La lanzaroteña Cristina Martel viajó en junio a Sudán del Sur. El año pasado estuvo en Yemen, también con MSF, luchando contra la covid-19 y, aunque sabía que el nuevo destino era "bastante complicado", la adrenalina del reto y las ganas de ayudar la empujaron a echar rápido la ropa en la maleta.

El país más joven, el país más pobre

Sudán del Sur, el país más joven del mundo, es también uno de los más pobres del planeta. A pesar de las grandes reservas de petróleo, su población no se libra del hambre. Tiene 12 millones de habitantes de los que unos nueve millones necesitan ayuda humanitaria.

"Es uno de los países más pobres en el mundo, con una crisis alimentaria y una situación de pobreza extrema además de estar envuelto en conflictos armados entre etnias", explica a EFE la cooperante días después de regresar a Lanzarote.

Nada más llegar, tuvo que desplazarse al Área Administrativa Especial de Abyei, una zona en disputa ubicada en la frontera entre Sudán y Sudán del Sur y con un estatus aún sin resolver desde que el Sur obtuvo la independencia en 2011.

Se encontró con una zona muy empobrecida y con un hospital, dependiente del Ministerio de Salud, sujeto con alfileres y sin apenas recursos para salvar vidas.

Aun así, MSF empezó a coordinar la zona de urgencias y a atender las hospitalizaciones, el cuidado a recién nacidos, las emergencias obstétricas, cirugías de emergencia, cuidados postquirúrgicos y el área de cuidados intensivos. Todo ello "con unos medios muy primitivos".

Empezar de cero

Martel asegura que en Abyei "se tuvo que empezar de cero", las pruebas en el laboratorio "eran casi inexistentes, no había banco de sangre y las transfusiones se hacían de paciente a paciente".

"Ante un caso donde alguien necesitara sangre, se tenía que buscar a un familiar para que donara y si era del mismo grupo se le daba al paciente directamente, no había un banco donde se pudiera guardar la sangre", relata.

El 10 de febrero un enfermero que trabajaba con la ONG fue asesinado en su casa en Agok. Parte del equipo local de MSF que operaba en la zona tuvo que huir de noche. Al amanecer, se habían convertido también en desplazados, viviendo en tiendas de campaña.

La llegada de miles de desplazados modificó la geografía de un territorio que, de un día para otro, vio cómo se levantaban casetas de campaña que fueron cogiendo forma de campamentos de refugiados.

Cristina Martel explica cómo toda esta población se encuentra en "una situación muy dramática, repartidos en tres campamentos donde viven en casetas con un material de lona muy malo, sin baños, luz ni cocina; y algunas han quedado casi inservibles con la lluvia".

La llegada de la temporada de lluvias ha pasado de ser motivo de celebración a despertar temor entre la población. El causante parece ser el cambio climático que se manifiesta a través de inundaciones que dejan destrozos, el territorio incomunicado y un reguero de enfermedades.

"A los desplazados en los campamentos, les ha cogido ya el inicio de la época de lluvias”, explica Martel, mientras cuenta las dificultades a las que se ven expuestos los pacientes para ir hasta el hospital por caminos de tierra fangosos donde los coches apenas pueden circular, ni siquiera con la ayuda de remolques. Eso también dificulta que lleguen los medicamentos y el resto de utensilios con rapidez al hospital.

Imposible sembrar para comer

La situación de conflicto también está haciendo estragos entre aquellos que viven de cuidar el campo. La cooperante canaria explica cómo muchos de ellos se han tenido que quedar en sus casas sin poder plantar debido al conflicto bélico que vive la zona.

"En una situación normal, estos meses son la época de sembrar para luego tener que comer, pero no han podido hacerlo porque había ataques en la comunidad", explica.

En estos meses, Martel ha tenido que atender pacientes con heridas de balas de guerra y muchos casos de desnutrición infantil, "siempre ha habido una desnutrición de base en un país tan pobre, pero creemos que va a aumentar la desnutrición con esta situación de conflicto", apunta.

Con la llegada de la lluvia, han aumentado los casos de malaria y enfermedades respiratorias. También, llegan al hospital de Abyei muchas personas con mordeduras de serpientes, porque "viven en sitios sin luz y las serpientes entran en las casas", explica la enfermera.

Llegan además muchos casos de quemaduras, "las casas no tienen cocinas y se ven obligados a cocinar en el suelo", aclara la cooperante, mientras recuerda a dos pacientes, una mujer de unos 60 años y una joven de unos 20, a las que una explosión en la vivienda les dejó quemaduras por todo el cuerpo.

"La mujer logró sacar a la joven del fuego, pero tenía un 80 % del cuerpo quemado y murió. Incluso, en un centro de grandes quemados la supervivencia hubiera sido muy difícil; sin embargo, la mayor logró salir adelante", recuerda.

"Cuando salió del hospital todo el personal se puso muy contento y ella muy agradecida", recuerda.

Una maleta de historias

Su cámara de fotos ha regresado a Lanzarote llena de instantáneas y su maleta repleta de historias como la de un menor que un día entró solo al hospital para que le curaran la herida del pie.

"Apareció solo, con una herida en la que se le veía el hueso de la pierna", recuerda Cristina Martel. Luego, supo que vivía en la calle, sin ir al colegio y sin padres.

Tal vez, la guerra se los llevó por delante, conjetura, porque en los mercados de la zona hay muchas situaciones parecidas, niños a los que el conflicto armado dejó huérfanos y viviendo de limosnas.

El día antes de regresar a Canarias, se reencontró con un paciente al que habían tratado de una cardiopatía. Nadie daba un duro de que se salvara, pues hubo que hacerle dos desfibrilaciones sin apenas medios. "El electro se leía en el monitor porque ni siquiera había papel", recuerda Cristina Martel.

"Era una situación clínica muy complicada, en España, con todos los medios posibles, podía haber muerto, pero aquí sin medios ni especialistas salió adelante, fue un milagro", asegura.

Cuando el hombre vio a Cristina, le dio las gracias y la bendición para seguir viajando con el chaleco de MSF a zonas donde los conflictos armados se mezclan con la guerra contra el hambre.

 
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