Se rifa guillotina
Santa Cruz de Tenerife
Mirando al teclado del ordenador, que al fin y al cabo no es otra cosa que un espejo en el que se reflejan tus inquietudes y opiniones, me digo a mí mismo: "No lo hagas, Juan Carlos, que te vas a meter en un lío porque el ganado político anda más que susceptible con las elecciones a la vuelta de la esquina”; pero al final me desoigo y me meto en el charco.
Lo hago porque todavía resuena en mi cabeza el, para mí, en gran parte bochornoso espectáculo derivado de la claudicación de la implantación del museo Rodin en la capital tinerfeña.
Desde la barrera vacacional hemos podido observar los niveles de deterioro que afecta no solo a la clase política, sino también a ciertos sectores de la cultura, y también a los autoinvestidos defensores del pueblo en las redes sociales.
Desde el momento en el que la dirección francesa del citado museo, vía misiva, decidió decirle "orvuá" a Santa Cruz, se inició una carrera patética en la que algunos intentaron salvar los muebles como fuera; otros intentaron el asalto a la Bastilla; mientras tanto, unos terceros deslizaban, sin prueba en mano alguna, la evidente avalancha de un pelotazo de libro trufado de los máximos niveles de corrupción.
Entre el sonido desafinado de la Marsellesa, por un lado, y los gritos de quienes se creían protagonistas de la batalla de Bailén contra los franchutes, por otro lado, vi a un alcalde apremiado por los nervios de creer haber recibido un disparo en plena línea de flotación electoral por la condición de proyecto estrella del museo Rodin, y una oposición jubilosa por la retirada más allá de los Pirineos de un proyecto al que desacreditaron esparciendo la nebulosa de un caso de corrupción, más que desvistiendo al mismo con criterios sólidos de naturaleza política.
El espectáculo, aderezado por los “che guevaras” de las redes sociales al grito de hemos derrotado otra mamanza, me pareció, repito, globalmente patético y esperpéntico.
Y en todo este lamentable fregado dónde ha quedado la representación de la cultura, que en esta ocasión sí dio un paso adelante empujado por el argumento del agravio comparativo, pero que en tantas ocasiones anteriores permaneció silenciosa ante el reparto de los dineros públicos escandalosamente regalado a los afines de los colores dominantes en las distintas administraciones públicas.
Se habló de un museo y todo esto concluyó en un sainete de tercera categoría
Menos mal que la acción del teclado solo escupe palabras porque, viendo a algunos de un lado y a otros del otro, reconozco que he sentido ganas de oír el sonido inconfundible de la guillotina en acción.
Reciban los hipotéticos enfadados por estas líneas una postal no del Pensador de Rodin, sino de su celebérrima obra El beso.




