Sobre la fractura política
EL ENFOQUE 10 ENERO
Santa Cruz de Tenerife
El asalto a la democracia brasileña, una suerte de chapucera imitación de la siniestra chapuza que resultó ser el asalto al Capitolio, ha sido unánimemente rechazado por las fuerzas política españolas, desde Vox a Podemos. Está bien que la condena del golpismo sea moneda de uso aceptado entre los representantes del poder político español. Claro que no todo el mundo ve el asunto de la misma exacta manera: desde Vox han elegido señalar la dudosa coherencia y doble moral de los partidos de izquierda cuando tienen que condenar distintos intentos de golpe de Estado producidos en los últimos días en América Latina: no es lo mismo si son los de Bolsonaro los que se lanzan a las calles para pedir la intervención del ejército, que si lo hacen los seguidores del peruano Pedro Castillo, para tomar el Congreso y disolverlo. Desde Podemos han preferido jugar en casa, comparando la barbarie de Brasilia con el bloqueo de la renovación del Poder Judicial por el PP. Que Pablo Fernández, portavoz de Podemos, compare a Feijóo con Bolsonaro, podría resultar escandaloso, pero lo que es de verdad escandaloso es que el PP y el PSOE –dos partidos que se presentan como moderados- también anden instalados en el uso del aquelarre bolsonarista para desprestigiar al adversario. El intercambio de tuits del presidente Sánchez, Cuca Gamarra, los escuderos del presidente y los palmeros de Gamarra evidencia que algo muy malo nos está pasando. Aquí todo puede convertirse en un señalamiento de la maldad intrínseca del de enfrente.
Hace 48 años, hubo una generación que logró ponerse de acuerdo en construir un país que fuera por fin para todos. Nos funcionó relativamente bien casi cuarenta años, pero llevamos ya una década empeñados en volver al odio, a la rabia y a la destrucción, o al menos al discurso de la destrucción. Nuestra sociedad no admite ya un espacio para quien se sitúa en tierra de nadie. Aquí, o estás conmigo o estás contra mí, y todo el que no piense como yo es un analfabeto, un miserable, un marichulo, o un vendido al petróleo de Moscú. La verdad es que estamos apañados. A un paso de volver a nuestras viejas grescas de siempre. Golpe a golpe.