Sobre la moción de censura de Tamames
Santa Cruz de Tenerife
Es difícil calificar el absurdo esperpento que ha decidido protagonizar Ramón Tamames, un político que nunca fue especialmente cuidadoso o humilde a la hora de controlar un ego con tendencia a la metástasis y dado a la frivolidad. Tamames, además de padecer de egolatría, es también un intelectual bastante pagado de sí mismo. Y en este país sentimos una suerte de desconfianza casi automática hacia los intelectuales que se meten en política, como si la política fuera una tarea tan vil y miserable que sólo pudieran dedicarse a ella los políticos profesionales. Tamames pertenece a la Transición, es un personaje de aquel concreto paisaje, de aquellos escenarios, y su repertorio, su visión y su lenguaje responde al de entonces.
Ayer, después de que me preguntaran en antena por su discurso de censura, superé la pereza que me produce acercarme a este lance, y decidí leer el discurso completo, aún a sabiendas de que es probable que no sea el que pronuncie, al menos no en su integridad. Eso sería ponérselo demasiado fácil a sus descuartizadores.
Reconozco que al leerlo me pareció un discurso sensato, inteligente e inteligible para la mayoría, y además comprometido con una interpretación serena de la actual realidad española, un discurso parecido a los que se hacían y escuchaban en el Congreso (subrayo lo de escuchaban) cuando Tamames era aún diputado por el PCE. No es ni el discurso de Vox, ni tampoco un discurso de censura a Sánchez. Suena más bien como una conferencia del profesor Tamames, escrita para aleccionar a alumnos diputados -y al conjunto de los españoles- sobre la necesidad de una política nacional, progresista y moderada, consensual. Podríamos habernos ahorrado este show si el Congreso hubiera invitado al viejo diputado a ofrecer una conferencia a Sus Señorías, que le habrían aplaudido cortésmente. El mismo Tamames ha reconocido pesumbroso que aceptó el ofrecimiento de su amigo Sánchez-Dragó en nombre de Vox, porque nadie le hace ya caso.
Personalmente, creo que Tamames se equivoca cerrando su trayectoria con este enredo. Siento un respeto casi instantáneo por quienes se atreven a romper con las reglas de lo políticamente correcto, y actúan como portavoces de sí mismos, desde una independencia siquiera teórica. Aprecio que alguien a punto de cumplir los noventa asuma gallardamente el riesgo de ser masacrado por la furia de los tiempos. Pero si me cuesta apreciar su arrogante ocurrencia es que no creo que responda a ningún factor político, pedagógico o moral, sino tan sólo a un exceso de valoración de sí mismo.




