Opinión

Sobre el efecto del antisanchismo el 23-J

EL ENFOQUE 21 JUNIO

Santa Cruz de Tenerife

La encuesta de 40Db, publicada por los medios de PRISA este pasado domingo y ayer, ha provocado cierta sensación de estupefacción. No tanto por su premisa principal, que es la de un crecimiento constante y esperado de las posibilidades de gobierno de un acuerdo entre el PP y Vox. Según el último sondeo presentado, ese tándem se encuentra ya a dos diputados de la mayoría absoluta. Lo que provoca asombro es la contundencia de sus datos internos.

Quizá la revelación más sorprendente es que la mayoría de los electores dispuestos a votar al PP no consideran un freno para hacerlo que el PP necesite pactar con Vox para gobernar. Lo que mueve al electorado de derechas que vota al PP no es ni la economía, ni la situación política, sino el deseo de echar a Sánchez, de acabar con el sanchismo. La motivación de una parte sustancial de los millones de votantes del PP –entre ellos el millón de votantes del PSOE en 2019 que han decidido decantarse por Feijóo en 2023-, es precisamente la de sacar a Sánchez del Gobierno. Y no parece importarles demasiado que para eso el PP necesite a Vox. Es curioso que esa preocupación ni siquiera esté entre las principales de la izquierda. Frenar a Vox es la quinta razón que esgrimen los votantes del PSOE para votar al PSOE y la sexta de los de Sumar, por debajo de otras consideraciones de carácter ideológico.

El sondeo probablemente revela que el PSOE no ha logrado su estrategia de fomentar el miedo a Vox, de utilizar el miedo a Vox como uno de los elementos centrales de esta campaña. Es algo parecido a lo ocurrido desde hace algunos años en Italia y Francia, donde la democracia acabó por asimilar a la ultraderecha.

En España existe un factor añadido: la política española cambió cuando se hizo necesario asumir –por decisión de Sánchez- que Podemos, una organización populista de extrema izquierda, debía gobernar, porque era necesario para acabar con quienes dirigían el país antes de la moción de censura. Sánchez alimentó a Vox –lo hizo con el CIS y desde el miedo- con la intención de dividir a la derecha en Madrid y Andalucía. La operación parece que ha salido rana: ahora, si la derecha suma, tendremos que aguantar a Vox, como antes aceptamos que un partido contrario a la Constitución y partidario de la autodeterminación de Cataluña –Podemos- se convirtiera en uno de los soportes del Estado. Vox era un partido ridículo cuando Sánchez se convirtió en presidente. Ahora es la tercera fuerza política del país, y –según 40dB- el 23 de Julio sacara poco más de la mitad de votos que el PSOE.