Sobre el Parlamento de la XI Legislatura
Santa Cruz de Tenerife
El Parlamento de Canarias dio inicio ayer a su XI legislatura: con 40 años cumplidos, unos cuantos menos que la edad media de sus diputados, el Parlamento se ocupó ayer básicamente de dar cuenta a las formalidades que caracterizan las instituciones de la Democracia: discurso de despedida del presidente Matos, elección de la mesa de edad, juramento de sus señorías y elección de los miembros de su mesa. Nada debía ser una sorpresa en una sesión con todos los pormenores cantados, y nada fue una sorpresa, no como en el Cabildo de Tenerife, donde Pedro Martín anunció que renuncia antes de la prevista moción de censura.
Formalidades aparte, el comentario general tras la elección de los miembros de la mesa es que conducirla en paz y armonía –como logró hacer Gustavo Matos durante su mandato- va a ser bastante difícil: está por ver cómo encajan la presidenta Astrid Pérez y su vicepresidenta Ana Oramas (ambas con bastante carácter), y el papel que va a desarrollar la secretaria Patricia Hernández, que suele ser partidaria de liarla parda siempre que se dan las circunstancias. Supongo que las reuniones de mesa serán bastante menos relajadas que estos cuatro años, pero quien sabe…
En cuanto al Parlamento en sí, en la legislatura que se inicia parece que hay ingredientes para el conflicto: medio parlamento tiene que asumir que ha perdido el poder regional, y el otro medio repartírselo sin excesos ni alharacas, y hay cuatro diputados que llegan con ganas de hacer su guerra cultural. De ellos escucharemos cosas nunca antes escuchadas sobre la memoria histórica, la cultura de la muerte, la emigración y la violencia de género. Habrá que acostumbrarse, aunque sospecho que van a estar más solos que la una. Y para cuando acabe el mes de julio, con los resultados de las elecciones generales ya claros y la mayoría de los nombramientos regionales ya decididos, con los cambios y recolocaciones pertinentes, podremos hacernos una idea de si este Parlamento será más relajado o más conflictivo que el anterior.
Una de las incógnitas es cómo funcionará Ángel Víctor Torres como jefe de la oposición: la ausencia de Podemos y de Román Rodríguez se lo ha puesto fácil para destacar, pero tendrá que decidir si quiere seguir representando el rol de hombre bueno y empático con el que ha construido laboriosamente su imagen estos últimos presidenciales cuatro años, o asumirá el de guerrero vikingo alérgico a los batidos de proteínas con el que a veces le gusta sorprender al personal. En cualquier caso, opte por la bondad o el frenesí, será la única voz firme en los bancos de una oposición diezmada de líderes.




