Sobre la memez

Santa Cruz de Tenerife
Quizá lo peor de la política española del momento no sea el radicalismo y la división, la falta de objetivos más allá de gobernar o la ausencia de ideas. Todo eso es ya de por sí una maldición, pero lo peor es la estupidez recurrente, la inanidad en la que se instalan sin tino ni tono la mayoría de nuestros gobernantes. Uno espera que sea un problema de las nuevas generaciones, salvajemente sometidas a las culturas virales de la red, a la reiteración de la mentira, la simpleza de lo políticamente correcto, la amenaza de cancelación o a las nuevas tendencias identitarias que convierten al individuo en un frasco a la búsqueda desesperada de una etiqueta que lo defina.
Por eso no sorprende que Noemí Santana se descuelgue plácidamente en su twitter con una sarta de tontadas sobre la lengua común de los españoles, y la forma en la que fue impuesta junto al catecismo de los castellanos a la población aborigen de las islas. Qué tristeza y envidia la de la camarada Santana –redimida por Sumar de su estrepitosa derrota como candidata a seguir en el Parlamento de Canarias- ante el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso, y que lánguido lamento por no disponer ella de una lengua propia con la que ejercer la diferencia. Que glorioso desatino su lectura de la historia de esta región, su visión de una raza castrada en el uso de su forma de hablar, que permanece oculta, pero viva y fecunda, tras el ADN de los canarios. En fin, no sorprende la memez de estos jóvenes bárbaros llegados tan rápidamente al poder, maleducados por un bachillerato inútil, e instalados en el regusto de esa fanfarria de ocurrencias y memes que en los últimos años se hace pasar por una política de izquierdas.




