Sobre Jerónimo Saavedra

LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 21/11/2023.- La alcaldesa de Las Palmas de Gran Canaria, Carolina Darias (i), el delegado del Gobierno en Canarias, Anselmo Pestana (2i), y la presidenta del Parlamento, Astrid Pérez (d), en la capilla ardiente de Jerónimo Saavedra en las Casas Consistoriales de Las Palmas de Gran Canaria. EFE/ Elvira Urquijo A. / Elvira Urquijo A. (EFE)

De formación italiana, modales florentinos y una innata astucia para entender las formas y los límites del poder, Saavedra fue durante treinta años la representación más pura del socialismo en libertad. Ojo, no era en absoluto un santo: era un político capaz de argumentar marrullerías como buen abogado, de decidir la suerte de otros sin un átomo de remordimiento y de agotar al adversario como el sindicalista bragado que también era. Pero todo eso, todo aquel poder casi monárquico, sin duda absoluto, ejercido sin delegación durante décadas de incuestionado mando en plaza, eran sólo la parte más visible de su inesperado carisma. Lo que realmente le definía era la contradicción entre su alma sublime, soberbia, a veces taimada, y la férrea voluntad de respetar la humanidad de los otros.
Despejaba a sus adversarios de un plumazo, desbarataba con un gesto del meñique -o con la palabra justa- conspiraciones contra él preparadas durante meses, gobernaba por consiguiente de forma cauta e inflexible, pero jamás destruyó a nadie que se hubiera levantado contra él, ni permitió por defecto que alguien lo hiciera en su nombre. Conocía bien el poder, pero creía absolutamente en las normas, principios y complicaciones de la Democracia. Por eso protegió a sus adversarios, dio segundas oportunidades a quienes habían fracasado y construyó –con la ayuda del leal Jota y la colaboración de cientos más- un partido en el que se respetaban las reglas, se despreciaba el odio, se alentaba el talento y se trabajaba en la aventura hercúlea de construir la región. Yo formo parte de la generación que maduró en aquél tiempo, en que nos pareció un gigante herido, atacado por la cojera, un cortesano curioso que adoraba los chismes, la música, el liebfraumilch palatino y la grandeza. El hombre que dedicó la mitad de su vida a hacer que Canarias fuera posible.
Porque a él se debe, sin duda, el renacimiento de la región, medio siglo después de haberse partido; se debe la definición de la izquierda canaria como una izquierda hospitalaria y abierta al debate y la disidencia; se deben las escuelas, y con ellas toda la belleza escasa que nos legó el siglo; se debe el último servicio de hacer normal lo que entonces no se aceptaba ni por asomo como normal; y se debe también la apuesta por Europa, que nos salvó de nosotros mismos.
Fue un personaje irrepetible, de un tiempo acabado. Que la tierra le sea leve.




