¡A mí, que me registren!
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COMENTARIO CASTAÑEDA 4 DICIEMBRE
Santa Cruz de Tenerife
Como sujeto que supera de largo los sesenta años de edad, levanto las manos, pido que no me disparen, y me declaro inocente.
Resulta indiscutible que la fractura social de este país ha abierto una brecha económica sangrante entre las nuevas y las más viejas generaciones de españoles.
Indiscutible resulta también el argumento que señala la necesaria articulación de acciones que aminoren esas diferencias discriminatorias entre los más jóvenes y los más viejos.
Los datos cantan: la población joven, la que lo puede hacer, tarda mucho más tiempo en emanciparse, dispone de una casi imperceptible capacidad de ahorro, y sufre una insultante pérdida de derechos laborales y condiciones de trabajo respecto a los que dispusieron buena parte de sus mayores.
Esos mayores que, en un alto grado, son el soporte de muchísimos hogares en los que sin su aportación económica sería imposible disponer de un nivel de vida mínimamente exigible.
Esbozo una sonrisa triste cuando recibo el mensaje casi acusatorio contra la gente de mi generación por disponer de pensiones contributivas, que en determinados porcentajes están por encima de esos salarios indignos e injustificados que son el pan nuestro de cada mes para los trabajadores jóvenes.
Es cierto, que tras la gran recesión el poder adquisitivo de los mayores, salvo las excepciones que son de dominio público, se recuperó de manera progresiva hasta situarse en unos niveles inalcanzables para los jóvenes, pero de ahí, a desplegar acusaciones contra los mayores por disponer de un relativa economía más desahogada dista un abismo de profundidades en cuyo fondo yace un frentismo generacional injustificable.
Existen agitadores que promueven el agravio comparativo entre jóvenes y viejos, pecando de una amnesia históricamente injusta para con las generaciones más veteranas, y a las que sitúan en la acera de enfrente como si no hubiesen sufrido también explotación laboral, haber estado conminados a trabajar en la economía sumergida, o cuyas infancias fueron un diario de carencias y frustraciones.
En este país somos campeones creando rivales utilizando datos económicos que solapan la cultura del esfuerzo y la lucha laboral sostenida para alcanzar unas condiciones dignas.
Soy viejo, me declaro inocente y exclamo: “¡A mí, que me registren!”
Lunes, 4 de diciembre. Buenos días, La Palma. Buenos días, Tenerife.




