Sobre la huelga de hambre
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Ayer se cumplieron los diez días de plazo dados por el colectivo Canarias se agota, antes de que algunos de sus activistas iniciaran una huelga de hambre indefinida para protestar por “la situación del archipiélago”. Las peticiones planteadas en el arranque del anuncio de huelga de hambre resultaban tan épicas como confusas: por un lado, una clara apelación a la mística de la resistencia y el sufrimiento frente al suicidamodelo turístico de las islas, y por otro, la petición de que el Gobierno contacte con ellos y se comprometa a paralizar las obras del hotel La Tejita y Cuna del Alma, los dos proyectos turísticos de Adeje y Granadilla, recientemente confirmados por la Justicia. Hay algo singularmente autoritario en la concepción de una gente que cree que el Gobierno puede y debe imponer su criterio a las decisiones judiciales. Es chocante que la huelga de hambre se utilice como recurso para soslayar resoluciones judiciales que anulan intervenciones del Gobierno. Tradicionalmente, la huelga de hambre es el último recurso de los no violentos contra la injusticia de las decisiones de un Gobierno que no cumple con las leyes. En este caso concreto, lo que se pide es que el Gobierno imponga su voluntad frente a los jueces. Raro, raro, raro.
La huelga de hambre no puede ni debe ser un artificio o una finta publicitaria. En ella se enfrentan la voluntad de una persona decidida a plantar cara y la autoridad de un Estado que aplasta derechos. La legitimidad de la protesta es el resultado del equilibrio entre la razón de lo que se pretende y la imposición por la fuerza de quien niega tus razones. Recurrir a la huelga cuando existen cauces legales para defender lo que crees, es una sandez y un acto de malcriadez democrática: no se juega con la solidaridad de los demás ante tu improbable decisión de aguantar sin comer hasta morir, solo para permitirte que impongas tus razones. Sean estas tan legítimas y valiosas como la protección del endemismo de la vivorina triste.
Vivimos un tiempo en el que la gente tiende a buscar reconocimiento social por victimación voluntaria. Un tiempo en el que presentarse como derrotado supone lograr automáticamente el respaldo en los mediay las redes. Pero cuando alguien elige ser víctima sin serlo de verdad, se apropia de un rol que no le corresponde. Será políticamente incorrecto decirlo, pero me es igual: hay comportamientos que se mueven entre el infantilismo y la soberbia, que deberían despertar el rechazo y el desdén, y no esta barata y mísera solidaridad tuitera con la que a veces premiamos la imbecilidad de las víctimas que eligen serlo para llamar nuestra atención.




