Etiquetas vitalicias

Dejé de militar en el Partido Socialista Obrero Español hace aproximadamente 41 años, y aunque supongo que a ustedes les importará un carajo, fui secretario general de las Juventudes Socialistas de mi pueblo, lo que suponía para lo malo, que la izquierda del PSOE, la izquierda de verdad, la pura y la genuina, esa en la que militaban muchos que con el paso del tiempo dieron un salto desde la orilla comunista para aterrizar junto al calor de la derecha tradicional o la nacionalista, me tildaran por mi ingenuidad y por mi incansable activismo, con el calificativo de delfín de Paco Afonso, el alcalde inolvidable del o de Puerto de la Cruz para los panolis.

Dejé la casa del Pueblo atrás, aquella Casa del Pueblo en la que conviví con aviadores republicanos, represaliados del Franquismo de toda condición, a los que se le sumó un grupo de jóvenes entusiastas que luego accederían por muchos años a la Alcaldía del Municipio que me vio nacer.

Yo solté amarras por ética periodística con el PSOE, pero la etiqueta de socialista me ha acompañado toda la vida y precisamente no para bien.

Recuerdo el caso estando en Antena3 de Radio, y habiendo llegado un director peninsular a su dirección, que se presentó un godo paisano suyo en la radio y que llegó a espetarle “ Qué hace ese ahí? Ese es rojo”.

Se fue el arrastrado delator de regreso al Puerto de la Cruz y de inmediato el director me llamó a sus despacho y me preguntó si yo era socialista, a lo que le respondí que sí, y le pregunté con el labio subido si pasaba algo con eso.

Desde ese entonces, ese inolvidable director se convirtió en un firme defensor de un incipiente periodista que no daba una noticia ni por equivocación

Pasaron los años haciendo información deportiva, pero la etiqueta de socialista seguía ahí, pero me mantenía a salvo mi crecimiento personal y lo rentable económicamente que le resultaba a las empresas en las que curraba.

Estuve mucho tiempo lejos de la política y no se me oyó ni decir ni media acerca de la misma, pero la etiqueta es un marchamo invisible que siempre está ahí de manera inmortal, al punto que hace pocas fechas le pedía información a un político de derechas que me trata fenomenal y me respondió: “Me falta hablar con los tuyos”.

La etiqueta te persigue siempre: ves como otros compañeros, otros muchos más cualificados sí cuentan para colaboraciones para los medios públicos, mientras que otros cuyo único mérito es cambiar sus chaquetas mediocres de pelotas también crecen en ese territorio que me la resbala, pero que me indigna por la pobreza de la ética profesional de la tierra.

¿Y por qué todo este rollo? Porque a pesar de que si yo fuese Pedro Sánchez lo mandaba todo al carajo, y aunque reconozco que la suya es una carrera del poder por el poder jalonada de acciones que no comparto, le pido que se quede, porque no se puede abrir la puerta democrática a esta caterva derechosa, insultante, convencida de que España les pertenece y que no tiene escrúpulos alguno en difamar. En inventarse amoríos de la mujer del presidente, y chanchullos sin fundamentos legales algunos.

No tengo nada que ver con este PSOE hecho al Cesarismo de Sánchez. Tampoco tengo nada que ver con esa gentuza que con carnet socialista en mano han hecho que la democracia haya caído tan bajo y ellos hayan llegado tan alto.

Por eso, por esa derecha reaccionaria que viene, y porque el partido no me lo pide y bien que hace: me gustaría que Sánchez continuase, aunque, si yo fuese él, le entregaba corona y cetro a Feijóo y Abascal porque España les pertenece.

Desde la barrera recordaré aquel PSOE y oiré cómo sus actuales propietarios siguen cabreados conmigo. Les den a ellos, y a los otros que me mantienen la etiqueta puesta de por vida. Todo un orgullo para mí, porque mis manos están limpias de rosquetitos.