Sobre el populismo
EL ENFOQUE 29 ABRIL
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El populismo no es un programa, es un estilo, un formato de hacer las cosas en política. En el pasado fue un recurso continuo a los sentimientos de las masas, hoy es más marketing, y tiene mucho que ver con la fijación masiva de comportamientos sociales. Se basa en un moralismo exacerbado, la apelación constante a las tripas antes que a la cabeza, en la exclusión del adversario del territorio que convenga para el debate –el contrario no es demócrata, no es patriota, no respeta las normas ciudadanas-, en la identificación y señalamiento de un enemigo genérico. Su herramienta es la conexión directa, sin mediación de las instituciones, entre el sentir del pueblo y el líder, el caudillo, el jefe. No son necesarios los mecanismos institucionales, el recurso al debate político, al Parlamento o a los medios. Basta el discurso en la radio, las proclamas en la televisión, el tuit en las redes, o las cartas abiertas. El populismo es Trump, es Bolsonaro, es Milei. Pero también es Pablo Iglesias. Y su capacidad de atracción tiene a seducir a dirigentes que ayer teníamos por demócratas. El populismo no es de derechas ni de izquierdas. Sus características son comunes al margen de la ideología. Es la política despojada de cualquier elemento que no sea la voluntad de poder.
El dirigente populista busca el rapto de la inteligencia de sus súbditos, seguidores, militantes. Persigue un contrato y un cheque en blanco, la entrega por parte de los propios de un consentimiento incondicional para que el dirigente pueda hacer lo que quiera y si es preciso, lo contrario. Existe porque el votante se infantiliza, se aleja de la política y del compromiso y rechaza su condición de ciudadano.
El populismo es hoy el mayor peligro para la democracia.