Sobre las declaraciones del Papa
No tengo especial interés en defender al padre Bergoglio, obispo de Roma y destino favorito para el álbum fotográfico de políticos de todos los colores. Es un señor interesante, con un pasado polémico y muy buena prensa entre el personal de izquierdas, y a mí me cae razonablemente bien, pero no tanto como para obviar el hecho evidente de que reina sobre una multinacional de la culpa y el perdón, de la que deje de ser adepto hace más de 50 años. Si me acerco a su gazapo del día, esa declaración suya a un reducido grupo de conmilitones con sotana, sobre la conveniencia de no aceptar curas homosexuales en el seminario, no es porque comparta o deje de compartir su criterio. En realidad, no me considero legitimado para opinar sobre las reglas que aplique la Iglesia católica para ingresar en su escuela de sacerdotes, como tampoco me preocupan mucho los reglamentos del CD Tenerife, o los del Real Club Náutico, entidades en las que es voluntaria la adscripción y en las que no milito ni tengo intención de hacerlo. Creo que las reglas de la Iglesia católica son un asunto de exclusivo interés y competencia de los católicos.
Creo yo que las conversaciones privadas -cuando llegan a tener proyección pública- deben ser juzgadas con sentido común y contención: ni la más nimia conversación privada está libre del riesgo de contener consideraciones o adjetivos que no resistirían la exposición pública.
El hombre ya ha pedido disculpas, pero hoy da igual que exista expresa petición de perdón, o nula voluntad de ofensa, quizá porque lo que sobra a espuertas es voluntad de sentirse ofendidos. Hoy funciona extraordinariamente bien eso de ofenderse. Formar parte del ejército creciente de los que se sienten ofendidos, maltratados, preteridos, desatendidos, de los victimizados por la sociedad y sus múltiples injusticias, se ha convertido en el mejor pasaporte para despertar el efímero interés de las masas y los media. Ser víctima de algo, haber sufrido en algún momento algún maltrato o carecer de la atención debida, es la llave que abre las puertas de la pequeña fama y de esos virtuales mensajes de apoyo y solidaridad instantánea que no comprometen a nadie más allá de un par de clics.




