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Sobre la 'segunda' muerte de Santi Negrín

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El Enfoque 28 de junio

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Ayer murió a los 50 años Santi Negrín, que fuera director general de la tele canaria. Fue su segunda muerte. La primera ocurrió hace ahora seis años, cuando tuvo que dejar la tele después de sufrir la campaña de descredito y destrucción más injusta que se recuerde. Abrió la veda a comportamientos y lenguajes nunca usados antes ni después, quizá porque ni antes ni después hizo falta: fue tildado durante días -y semanas y meses y años- de inútil, borracho, sinvergüenza y corrupto. Su elección había sido recibida con más alegría que desagrado, aunque él no era un hombre de la tele, y para hacerse un lugar en ese zoco de egos revueltos y negocios multimillonarios, hace falta alguien de colmillo retorcido, entrañas de acero y capacidad de engaño. No eran esos los defectos de Santi. Y ya desde su primera decisión montó un lío de cuidado: precipitó el catálogo de sustituciones y nombramientos efectivos de su equipo antes de las elecciones, sin pedir ni consejo ni permiso a quienes le habían nombrado. Quería Santi demostrar que venía a cambiar las cosas, con un proyecto basado en profesionales de la casa, transparencia y limpieza en las decisiones económicas. Debió creer que estaba en la BBC de antes, fuerte ingenuidad… Cabreó a Clavijo, endemonió a Barragán y convirtió a Soria en un pariente cercano del demonio de Tasmania.

En castigo por su osadía, los suyos le dejaron inmediatamente sólo y sin presupuesto. La tele es básicamente dinero: sin dinero, la cueva se convierte en pozo de los sacrificios y condenas. Durante un año, tuvo que pagar de su bolsillo el café de las cafeteras del Ente, con el sentimiento de haber sido abatido antes siquiera de levantar vuelo. Y eso fue sólo el principio del aprendizaje: él quería abrir la tele a otra forma de hacer las cosas, hacerla más independiente y controlar el reparto de los talones para evitar otros ocho años de más de lo mismo. A cada paso que dio en esa dirección fue masacrado por Nueva Canarias y el PSOE y por las empresas favorecidas en la etapa de Willy con sinecuras y contratos, sin que nadie le defendiera. Sufrió una de las campañas de descrédito más brutales que jamás haya sufrido nadie en esta tierra. No estaba preparado para eso. Y se rompió. Pidió en varias ocasiones que le dejaran volver a lo suyo, a la Ser, y sólo entonces desde el Gobierno le echaron primero una mano para que pudiera ordenar la casa, y cuando no salió como esperaban, simplemente le echaron.

Él no entendió nunca lo que había ocurrido, porque en esos meses se sentía tan destruido, que no fue siquiera capaz de pararse a pensar en lo que le habían hecho. Y era algo muy fácil de entender: se enfrentó prácticamente solo al juego de tronos que sostiene con los millones de la tele el ecosistema de los medios de esta región. Y perdió. Porque nadie ha logrado nunca ganar esa pelea. Y él no estaba preparado para darla.

Nunca se recuperó del todo: pobre Santi, profesional y humanamente desguazado por gente a la que apreciaba, y abandonado por la gente a la que servía. Cuando fueron a por él, ni siquiera se defendió. Ni tampoco le protegió nadie. Ayer fue otro día extraño de este año furioso: se nos murió -por segunda vez- un hombre con defectos, que era bueno y quiso hacer las cosas bien. A veces no sale.

 

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