Sobre el turismo 'british'
EL ENFOQUE 8 NOVIEMBRE
Ha dicho la consejera de Turismo en Londres que el Turismo británico es fundamental. No ha descubierto la pólvora, desde luego, porque de los 18 millones de turistas que llegan a las islas, un tercio aproximadamente vienen desde la pérfida Albión a torrarse al sol del trópico. Jessica de León explicó ayer en la World Travel Market que hay que acabar con el mito de que el visitante británico no es bueno para las islas. Supongo que le preocupa que la imagen tópica del guiri holligan en busca de las tres eses –sun, sand & sex- más alcohol barato, haya acabado sorbiendo el seso a los locales. Al margen de tópicos, exageraciones y ruindades, los británicos son absolutamente claves en el sostenimiento del turismo que las islas precisan.
Son, por ejemplo, gente muy fiel al destino: cuatro de cada cinco british que vienen de vacaciones a Canarias, vuelven. Y uno de cada cuatro ha vuelto hasta diez veces: son más de un millón los que han visitado las islas en una decena de ocasiones. La mitad de los turistas del Reino Unido ni siquiera se plantean la posibilidad de viajar a otro sitio. Canarias es como un imán, el destino español preferido por los británicos: el año pasado del total de turistas que llegaron desde Reino Unido a España, el 31 por ciento eligieron venir a Canarias, una cifra que se dispara en la temporada de invierno, cuando el porcentaje de británicos que viaja a Canarias es de más de la mitad de los que visitan España. Y se gastan aquí muchísimo dinero, más de lo que gastan de media en el conjunto de España. En invierno, el 60 por ciento del parné que dejan los visitantes británicos en España se queda en las islas. De hecho, son los que más dejan aquí: 128,6 euros por día frente a los 120,2 de media que gastan los no británicos. Eso representa un siete por ciento más que el resto de los turistas, y hasta un doce por ciento más de lo que gastan los alemanes, tradicionalmente considerados menos tacaños.
Los datos apuntan a una percepción errónea del turista british, una especie sin duda a proteger, porque además están menos tiempo y consumen menos recursos. Es cierto que en los últimos años pasan menos días en las islas, y además han reducido su estadía de forma constante desde la pandemia. Los datos que proporciona el INE sobre estancia de los turistas en los destinos españoles demuestran que ya en el primer ejercicio tras el final de la pandemia, en 2020, la pernoctación media de los británicos en las islas cayó por debajo de ocho noches por primera vez: 7,8 noches en 2022, 7,74 en 2023 y 7,70 en lo que va de 2024. La reducción es más acusada aún en los hoteles: de enero a septiembre de este año, la cifra baja a 7,3 noches por viajero.
La consejera cree que ése uno de los asuntos que hay que corregir. Yo creo que no hay por qué. Para la economía local, que espera 6,3 millones de british, y una facturación récord de 8.200 millones (un 23 por ciento más que el año pasado), la reducción de pernoctaciones no es un problema, mientras sí resulta una magnífica noticia el aumento del gasto. Menos noches, pero más gasto por turista, significa justo lo que es deseable, lo que sería bueno que ocurriera con carácter general. Menos ocupación implica menos saturación, menos presión sobre el territorio, menos consumo de recursos, infraestructuras, servicios y bienes. Y eso es justo lo que se espera lograr algún día, mantener los ingresos que el sector proporciona, reduciendo el impacto de una ocupación masiva. Porque hay un error conceptual cuando se cuenta el número de turistas para calcular el daño que el turismo causa al territorio y a la sociedad. Lo que hay que medir es la resultante del número de turistas, por las noches que pasan en las islas. A la postre, menos tiempo de pernoctación supone menos ocupación, menos turismo, en suma.
Es cierto que la menor duración de las estancias, aumentando el número de turistas, implica más viajes, y eso comporta también algunos problemas, los que supone un mayor consumo de CO2 como resultado de más transporte aéreo, además de un mayor desgaste de instalaciones aeroportuarias y más transporte desde los aeropuertos a los hoteles y apartamentos. Pero también significa un menor consumo de agua, de electricidad y de recursos alimentarios, lo que probablemente equilibra la balanza desde un punto de vista energético. Por eso hay que hacer los cálculos bien. Contando no sólo los turistas que vienen sino las noches que pasan. Si se logra que haya menos ocupación y mayor gasto, desde el punto de vista del interés local, no tiene porqué ser una mala noticia. Quizá sea todo lo contrario, una tendencia muy positiva, la solución que el sector y los ciudadanos vienen reclamando desde hace años.