Un sin vivir

Santa Cruz de Tenerife

Lo malo de Canarias es que parece vivir en una foto fija, en la que sus problemas estructurales resultan inalterables pese al paso de los años.

Lo bueno de Canarias es que, cada cierto tiempo, presume de iniciar un proceso de reinvención que por fin la situará en un escenario frontalmente reñido con sus males históricos.

En otras palabras, que por planes no quede, que aquí nos juntamos, nos hacemos unas fotos con caras complacientes, nos entregamos crédulamente a las hojas rellenadas por gente que indudablemente sabe del asunto, y al carajo la bicicleta, porque la nueva Canarias, la Canarias que se desea (no confundir con Nueva Canarias, el partido que se le escapa de las manos a Román Rodríguez), empieza esta tarde como el cine del relato de Pepe Monagas. Es decir, sube agua, y “Callarena”.

No pretendo cortarles a nadie el lote programático de las anunciadas “51 medidas para la Canarias del futuro”, pero me permitirán dudar, después de tantos fiascos, que ante la nueva propuesta me queden fuerzas para entonar esa parte del himno del Tenerife que dice lo de “Adelante sin temor a la meta final”.

De mi humilde y modesta cosecha solo me atrevo a apuntar que, ahora que todo se arregla con la inteligencia artificial, y ya que van a abordar el acuciante problema de superpoblación que sufrimos, que usen la misma para poner a un lado a los tornillos que viven del cuento, a los que siguen viviendo el período de lactancia de las administraciones públicas, y a otro lado a esa gente capaz, ilusionada, preparada para pegarle una vuelta de calcetín a estos riesgos y quitarle esa costra parasitaria que nos acompaña, y que me temo nos acompaña desde los tiempos en los que llegaron los conquistadores castellanos para situarnos en la sociedad del desarrollo.

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Y todo esto sucede, mientras el cochino negro es reconocido como raza autóctona y ahora peligra la supervivencia de la abeja negra canaria.

Esto es un sinvivir.