Sociedad

Sobre la crisis en Nueva Canarias

Sobre la crisis en Nueva Canaria

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Santa Cruz de Tenerife

Desde sus inicios, Nueva Canarias intento ampliar su espacio electoral con acuerdos difícilmente explicables - más allá de la mera conveniencia-, como apuestas ideológicas. Román defendió y logró cerrar –a veces simultáneamente- pactos preelectorales con grupos municipales progresistas, con grupos más conservadores o con personas con programas políticos completamente enfrentados: se alió con Dimas Martín para obtener votos en Lanzarote y con Santiago Pérez para lograrlos en Tenerife, cerró acuerdos con ex dirigentes del PP, con grupos municipales cristianos, de izquierda y de derecha. Fue en vano. En algún proceso electoral sumo formalmente un diputado en Lanzarote o en Fuerteventura, que en realidad respondían a otras disciplinas. Y no logró entrar en Tenerife a pesar de ensayar todo tipo de fórmulas, la última, reconvertido ya su partido en una difusa definición como ‘canarista’, ofreciendo a los restos de Ciudadanos capitaneados por Enrique Arriaga, participar en las listas de Nueva Canarias en Tenerife, algo que finalmente no prosperó. Pero el mayor error de ese animal político de largo recorrido que es Román Rodríguez consistió en creerse las encuestas que encargó y pagó desde la vicepresidencia del Gobierno regional, y que le auguraban hasta siete diputados, los suficientes para resultar determinante en la que había de ser la segunda legislatura en el Gobierno del pacto de las flores.

El exceso de seguridad y un punto de soberbia –que suele acompañar la mayoría de sus decisiones- le llevó a presentarse por la lista regional, y a quedarse por eso fuera del Parlamento. Una derrota inapelable, pero a pesar de sufrirla, el que fuera presidente bis del gobierno floral, no renunció a continuar en la presidencia del partido, y convenció al grupo parlamentario para pagarle un salario presidencial. Supongo que -a sus 68 años extraordinariamente bien llevados- Román creyó posible aguantar una entera legislatura e intentarlo de nuevo. Su negativa cerrada a renovar la dirección de un partido que es suyo y de sus amigos, pero en el que los votos los ponen los alcaldes, provocó una creciente desintonía con el llamado grupo de los rebeldes, un asunto cantado, al que sólo había que poner fecha

 
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