Sociedad

SER Historia viaja a La Palma para descubrir los collares de conchas de mil años hallados en Villa de Mazo

Un hallazgo fortuito y una actuación ejemplar el apego de los aborígenes de la isla a sus muertos y el uso de elementos con significados más allá del contexto ornamental

Un collar de conchas de cerca de mil años de antigüedad, intacto desde que los aborígenes lo depositaran en una grieta “para que no fuera encontrado”, marcan una nueva línea de investigación sobre los primeros pobladores de La Palma. El equipo de SER Historia se desplazó a la isla para compartir los detalles de un descubrimiento único, de un valor patrimonial de primer nivel que dibuja el apego de los aborígenes de la isla a sus muertos y el uso de elementos con significados más allá del contexto ornamental SER Historia, desde Villa de Mazo, arranca con el Cronovisor de Jesús Callejo, rescatando la figura de Tanausú, el último líder benahorita o awarita que fue traicionado por Alonso Fernández de Lugo en la conquista de la isla de La Palma y embarcado al Reino de Castilla. Sin embargo, se dejó morir de hambre en un acto heroico que ha trascendido a lo largo de los siglos.

La arqueóloga Nuria Álvarez, introdujo la cultura de los primeros pobladores de La Palma. Llegados desde el norte de África siendo embarcados por los romanos en su conquista del continente y exiliando las poblaciones más conflictivas con las que se encontraban. Canarias fue su destino. Trajeron algunos animales como ovejas o cochinos, pero tuvieron que renunciar al uso de materiales como algunos metales para adaptarse al nuevo territorio. Sin conocer dónde se encontraban y cómo conseguir recursos básicos como el agua en un lugar nuevo. “Se calcula que llegaron en torno al cambio de Era, trajeron semillas, animales, fue un volver atrás, reinventarse para permanecer durante mil quinientos años y crear una nueva cultura”.

Nuevas líneas

Sobre esta particularidad, la traición a Tanausú, el último regidor awarita que se rindió y eligió morir de hambre antes que ser exhibido en la Corte de Castilla, Nuria Álvarez apela a nuevas líneas de investigación que podrían cambiar algunos conceptos actuales sobre el origen de los pobladores prehispánicos de La Palma. Una población que luego se mezclaría con los castellanos.

El asunto principal de este SER Historia está en el último hallazgo arqueológico que ha tenido lugar en la Isla. Sucedió como muchos otros, por casualidad. Yeray Rodríguez, espeleólogo aficionado, se adentró en el interior de un tubo volcánico en el municipio de Villa de Mazo. Lo había hecho en otras ocasiones, en otros lugares de la isla. Pero esta vez sería diferente. La curiosidad le llevó a mirar allí donde nadie lo había hecho antes, al menos no desde hace cerca de mil años. Iluminó con su frontal el interior de una grieta y vio algo que le llamó la atención.

“Estaba explorando la cavidad y me llamó la atención un conjunto de madera quemada que había junto al tubo”, explica Yeray. “Al bajar me fijé en un pequeño orificio junto a dos placas de lava y había un conjunto de conchas blancas y rojas”. Reconoce que “no es normal” mirar en estos recovecos. Más aún cuando la cavidad ya había sido explorada y tipografiada. Pero no se había descubierto. Unos metros antes se encuentra un enterramiento aborigen, expoliado tiempo atrás y estudiado en su día. Sin embargo, allí mismo, en un recodo, alguien había depositado dos collares de conchas “para que no los encontrara nadie”. Y ahí está la clave.

No tocar nada

Sus conocimientos de arqueología y su formación como técnico de laboratorio le hicieron entender que no debía tocar nada. “Tocar una muestra perjudica, se pierde información”. Resistir la tentación de hacerlo supuso no desvirtuar ningún detalle para la investigación. Desde la postura, la no contaminación con restos de ADN o huellas, la colocación específica...son elementos indispensables para la posterior investigación por parte de los arqueólogos. La primera reacción, dar aviso a las autoridades competentes para informar del hallazgo nada más coger cobertura al salir de la cueva.

Estas circunstancias dibujan detalles que abren la puerta a nuevos estudios. Hasta ahora se consideraban las conchas como elementos ornamentales, sin embargo, el hecho de que algunas de las piezas tuvieran dos agujeros, abre a la interpretación de que se rompieran y fueran recuperadas para volver a ser engarzadas, en lugar de buscar nuevas conchas. Esto, como explica el arqueólogo Jorge Pais, “dibuja un apego, que tienen una intención real de esconderlas y son piezas que probablemente puedan ser heredadas”, además de que algunas de ellas tienen muestras de haber sido perforadas de nuevo para volver a ser ensartadas en los collares, lo que les confiere un valor particular ya que no fueron sustituidas por otras conchas.

Datación

Otra circunstancia está en la desvinculación del enterramiento funerario ubicado en el mismo tubo volcánico. Este depósito funerario ya se conocía, aunque su expoliación no permitió contextualizarlo adecuadamente. Pero las dataciones no coinciden en el tiempo, las conchas se depositaron en la grieta del tubo están datadas entre los siglos XII y XII mientras que el enterramiento es anterior, alrededor del siglo X siglo XI, por lo que no se puede establecer una relación ni física ni cronológica. “Quizás llevaron estas conchas después en recuerdo de que esa cueva era apreciada por la población y conocida como lugar de enterramiento”.

El historiador y director general de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias, Miguel Ángel Clavijo, hace especial hincapié en la forma de actuar de cara a futuros hallazgos resistiendo la tentación de tocar nada antes de avisar a las autoridades para no desvirtuar ningún detalle que puede resultar fundamental para comprender en su contexto los restos arqueológicos de nuestra historia. “Es casi imposible no tocarlo”, relata tras las dificultades que encontró para acceder al interior de la cueva” y que vincula también a los conocimientos de laboratorio de Yeray Rodríguez. Jorge Pais también insiste en ello “si Yeray hubiera movido una concha habría roto la composición y se hubiera perdido absolutamente toda la información” además de una contaminación con restos de ADN, algo que ya ha sucedido en otras ocasiones.

“El sueño de cualquier arqueólogo”

Son siete u ocho collares formados por 225 conchas marinas y un hueso que fueron presentados al público el 21 de junio de 2024. Eduardo Mesa es arqueomalacólgo (especialidad en el estudio de conchas marinas en contextos arqueológicos) y codirector del equipo de investigación de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, destaca “lo maravilloso del hallazgo”, poder hacerlo en estado primario, sin haber sido alterado. “Es lo que ansiamos todos los arqueólogos” y lo considera de “un valor económico incalculable y un valor patrimonial de primer nivel” al tratarse de una cultura extinta.

El envoltorio vegetal en el que se encontraban las conchas ha permitido datar el hallazgo a partir de un análisis en un laboratorio de Miami que lo sitúa en el último cuarto del siglo XII y el último cuarto del siglo XIII. Precisamente Jorge Pais incide en lo extraordinario de ubicar estas conchas en un tubo volcánico cuya entrada es muy estrecha, con 700 metros de profundidad, la ausencia total de luz y a 100 metros de la entrada, a solo cuatro metros de un yacimiento funerario. “Nadie se imaginaba que en ese agujero podía haber algo”. Algo que abre la posibilidad a nuevos hallazgos, “hay miles de huecos como este”. Lo que abre una nueva línea de investigación y la necesidad de volver a examinar las cavidades volcánicas ya conocidas.

Otras exhibiciones

La historia de La Palma no se queda en los 1.500 años prehispánicos. Luego llegarían cinco siglos de vínculos con Portugal, Flandes, Inglaterra, Francia o Irlanda, además de la influencia de múltiples artistas que se ve reflejado en el Museo Insular. Un antiguo convento franciscano del siglo XVI que dirige Isabel Santos y que exhibe obras únicas en un entorno “modesto en su arquitectura, pero pensado para la vida franciscana” hasta el punto de que se utilizaron los materiales con los que contaba la isla (piedra, madera y cal) para construir unos muros muy gruesos que aislaran del frío y del calor. Esta particularidad le concede al Museo Insular, en Santa Cruz de La Palma, el ser considerado el único museo de Canarias sostenible, ya que no tiene necesidad de contar con aire acondicionado. Las corrientes de aire cruzado entre los dos claustros permiten una óptima conservación de las obras de arte que allí se exponen.

SER Historia, desde Villa de Mazo (La Palma) patrocinado por la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias, la consejería de Cultura del Cabildo de La Palma y el ayuntamiento de la Villa de Mazo.

La Palma, arqueología e historia

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