Sobre la moción de censura de Granadilla

En las elecciones municipales el PSOE logró en Granadilla once concejales, diez Coalición, dos el PP y dos Vox. Una clara mayoría de fuerzas de centroderecha y derecha, que debía sostener un Gobierno de Coalición y el PP, sin la participación activa de Vox. Pero los dos concejales del PP optaron por apoyar al PSOE. ¿Por qué lo hicieron? Básicamente porque algunos meses antes de las elecciones, el PP se había fraccionado y dos de sus concejales habían acabado aterrizando en Coalición Canaria. Cuando llegó el momento de apoyar a José Domingo Regalado, contraviniendo la instrucción de voto en cascada de las direcciones insular y regional, los ediles que siguieron en el PP apoyaron un acuerdo con el PSOE. A esos concejales –compensados con cargos y regalías municipales por la alcaldesa del PSOE- el PP les abrió expediente, aunque nunca llegó a emitir una sentencia de expulsión, porque la dirección intentó mediar para revertir el acuerdo.

Las negociaciones para cerrar un gobierno de la derecha han durado año y medio, e implicaron concesiones tan peregrinas como la renuncia de los dos concejales de Coalición que antes fueron del PP, una vez se materialice la censura. Por el camino, la concejal pepera Bianca Cerdán mantuvo su lealtad a la alcaldesa socialista Jennifer Miranda, y se descolgó del PP. El otro concejal, Marcos Rodríguez, ha vivido sin vivir en él, cambiando de criterio, hasta que aceptó obedecer su partido. Ayer estampó su firma en la censura, y votará el día 26 contra la alcaldesa a la que puso en la alcaldía hace poco menos de dos años. Regalado volverá muy probablemente a ser alcalde de Granadilla, y Miranda, joven promesa y figura ascendente del socialismo tinerfeño, pasará a la oposición.

En Granadilla, la censura requiere el voto de los dos concejales de Vox. Eso ha provocado un oportuno debate sobre la incorporación de Vox a la mayoría. Después de años de gobiernos de todas clases sostenidos por la ultraizquierda, el mundo azbertzale o el independentismo catalán, y blanqueados como un ejercicio democrático, resulta difícil sostener que sólo la derecha debe respetar las líneas rojas y cordones sanitarios. Por desgracia, la prevención a compartir mesa y mantel con el radicalismo, ha saltado por los aires.