Sobre las virtudes de la terquedad
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El enfoque de Francisco Pomares
A veces, lo que marca la diferencia en política no es la ideología, ni el cargo que se desempeña, ni siquiera la elocuencia o la capacidad de gestionar con acierto. A veces lo que cuenta es la certeza de que tu trabajo cambiará las cosas. La terquedad útil: esa que no grita, no insulta, pero resiste e insiste, reitera, suma, afronta las dificultades y no se resigna al fracaso. La tozudez –incluso la obsesión- por defender lo que uno cree justo o necesario. La insistencia que se planta, una y otra vez, hasta que las cosas ocurren.
Si hay un tipo realmente terco, inasequible a la influencia del ruido, convencido de que la propia voluntad es la que determina que el esfuerzo sierva y funcione; alguien que de verdad merezca –hoy- que se reconozca su tesón, ese es sin duda Fernando Clavijo.
Ayer, el Congreso convalidó finalmente el real decreto ley que establece un sistema obligatorio -y en teoría equitativo- para el reparto regional de menores migrantes no acompañados. La aprobación, por 179 votos a favor y 171 en contra –entre ellos los de los diputados canarios de un PP completamente desnortado en este asunto-, no solo significa un paso decisivo, que probablemente no será por desgracia el último, para aliviar el colapso de la red de acogida en Canarias. Una red donde actualmente se hacinan, en algunos casos de forma vergonzosa, más de 5.800 menores. La convalidación es –también-, la victoria de una idea que parecía imposible, que hace un año y medio nadie consideraba que pudiera materializarse: la idea de que el Estado asuma que los niños migrantes no son responsabilidad exclusiva de las regiones, sino un reto nacional, un compromiso político con la solidaridad entre personas y territorios, un esfuerzo común, que requiere del uso de políticas y recursos comunes del Estado y las comunidades autónomas. Es cierto que los recursos comprometidos por el Estado son escasos, que faltan garantías y se mantiene inamovible la crispación. Pero esto es un comienzo.
Nos demuestra que la política no necesita ni genios ni héroes ni caudillos. Solo precisa de gente que no se canse de defender lo que cree correcto.