Un mundo sin intimidad
Hubo un tiempo en que mostrar las emociones estaba mal visto. Ver a una persona expresando su nerviosismo, disgusto, preocupación o dolor se consideraba un signo de debilidad. Y todos lo evitaban en la medida de lo posible: aparentaban estar bien, aunque estuvieran sufriendo lo indecible. De ese despropósito de no aceptar que la emotividad es parte esencial de la vida, hemos pasado justo a lo contrario. De modo que si antes nos quedábamos cortos, ahora nos pasamos de frenada.
Exponer en público la vida privada está de moda. Y no está malvisto compartir en las redes, por ejemplo, cómo nace una hija... y hasta cómo muere. Se muestra sin ningún pudor, como si ninguna escena de la intimidad merecería ser conservada en el interior de cada uno, precisamente por su valor. Hoy, lo que se lleva es el exhibisionismo: mostrarnos tal como somos sin filtros, desnudos aunque vayamos vestidos. Hay algo de ordinario en esta cultura de contarlo todo a los demás.
Nos interese o no, soportamos cada vez más videollamadas en los transportes públicos. Como si lo que se cuenten en alto dos desconocidos fuera de altísima importancia para cualquier pasajero de una guagua o de un barco. No sé si narcisismo o estupidez, pero habría que empezar a regalar auriculares antes de que ocurra una desgracia.

Marta Cantero
He trabajado en diversos medios de comunicación de las Islas, tanto en Gran Canaria como en Tenerife,...




