Sobre la caída de Santos Cerdán

El enfoque de Francisco Pomares
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Antes de que Pedro Sánchez fuera presidente, un miércoles era eso: un día cualquiera. Hoy, cualquier jornada puede convertirse en una opereta política con caídas fulminantes, filtraciones y cadáveres que caminan. En menos de 24 horas cayó Santos Cerdán, número tres del PSOE y penúltimo superviviente del Peugeot presidencial. Todo comenzó con una exclusiva de la SER, donde se contaba que la UCO señalaba a Cerdán como implicado en el cobro de mordidas.
Ferraz cerró inmediatamente filas en defensa de Cerdán. Fue por la noche. Pero por la mañana se filtró el informe completo, y la cosa se incendió Desde Moncloa, al ver el fuego, se activó el extintor. Y Cerdán se convirtió en un muerto viviente. Su patética imagen en el Congreso será recordada. Ni lealtades ni comunicados le sirvieron de nada. Para mediodía, Cerdán era ya historia. El hombre de confianza de Sánchez para negociar la amnistía, entenderse con los indepes, manejar primarias, votos dobles y recuentos desde una cortina, caía víctima de sus propias golfadas. Lo que empezó como una cruzada contra la corrupción del PP acaba, una vez más, en el mismo estercolero.
El PSOE asiste mudo al drama de perder dos secretarios de organización –ambos por corrupción- en un año. De los cuatro mosqueteros del relato original, el de la mítica reconquista del partido —Koldo, Ábalos, Cerdán y Sánchez— ya solo queda Sánchez.
El presidente aguanta, como siempre. Reparte favores, cargos, decretos. Sobrevive. Porque lo que une hoy a la izquierda que nos gobierna es el miedo: a las elecciones, al vacío, a la nada. En el sanchismo, cada día que empieza con una filtración puede terminar con un desplome. Todo se contamina: el PSOE, las instituciones, la agenda y hasta el calendario. Ya no sabemos si ayer fue lunes o viernes. Solo sabemos que el día nos trajo sangre.




