Sobre la guerra de verdad

El sábado de madrugada, Estados Unidos bombardeó Irán sin previo aviso, sin debate en el Congreso y sin declaración formal de guerra. Trump, ordenó atacar las tres principales instalaciones nucleares iraníes con bombas perforantes y misiles Tomahawk. Coordinado con Israel, el objetivo era frenar el programa nuclear iraní al menos por una década.

Trump lo vendió como un éxito total. Pero no está claro que las 14 bombas lograran destruir las instalaciones subterráneas, ni que quedara uranio o centrifugadoras dentro cuando cayeron. En su estilo fanfarrón, amenazó con “una tragedia aún mayor” si Irán no se rendía. Irán respondió con un bombardeo simbólico a una base de EEUU en Catar, ya evacuada. Luego, Trump logró una breve tregua entre Irán e Israel y, tras un nuevo ataque israelí, reprendió a Netanyahu y volvió a meter las cabras de la guerra en el corral. Por ahora.

Estas guerras no se libran como antes: se trata de vender un relato. Trump se presenta como el tipo que acabó con el programa nuclear iraní y, dos días después, se postula para el Nobel de la Paz. Irán presume de una respuesta “brutal y sangrienta”, aunque su respuesta no provocó víctimas ni daños importantes. Todo es narrativa. La legalidad internacional, la ONU y los compromisos electorales han pasado a segundo plano.

En este contexto, Pedro Sánchez presume de una “exitosa negociación” con Rutte para eludir el 5 por ciento de gasto en Defensa. En realidad, España ya lo había aceptado antes de que Sánchez escribiera su carta. Trump lo contó en su red social. El país de la OTAN que menos gasta en armamento –el nuestro- se ha comprometido a gastar mucho más… para comprarle armas al propio Trump. Ahora, Sánchez puede fingir que ganó algo en Bruselas o volver a casa con el rabo entre las piernas. Pero si la guerra, la de verdad, nos alcanza, ni cartas ni relatos servirán de escudo.