De la patera a la piscina: la poderosa fotografía de Rubén Acosta que sacude las conciencias

Santa Cruz de Tenerife

Mohamed llegó en patera a Canarias sin saber nadar. El espacio donde fue capturado por la cámara de Rubén Acosta no le pertenece: una piscina para turistas blancos que bailan la Macarena al vaivén de mojitos y daiquiris. "Como dijo Bauman, la vida del turista es tanto más soportable, incluso placentera, por cuanto se ve acosada por la alternativa uniformemente aterradora de la existencia vagabunda", escribe Fernando Estévez. Cuando Rubén Acosta disparó esta foto, Mohamed flotaba en un flamenco rosa. Habitando, por lo tanto, la experiencia turística, un espacio ajeno únicamente reservado para otro tipo de viajeros más afortunados.

El artista utiliza la mezcla de los elementos para golpear nuestras conciencias, pero no se queda ahí, va más allá incorporando un bañador con pintaderas, -pinturas aborígenes-, que apela también a la construcción de la identidad canaria, una tierra de paso para muchos. El resultado es un cóctel de guanches, guiris y turistas, un fogonazo conceptual lleno de color que agita las conciencias con un solo golpe de vista. La foto es de una genialidad tremenda, producto del trabajo de uno de los mejores fotógrafos de Canarias. Además, contiene todas las claves de un profundo debate que atraviesa el Archipiélago.

Esta poderosa fotografía pertenece a un trabajo más extenso, llamado "Lanzaroting" elaborado en 2021, en colaboración con Raquel Melián, diseñadora del bañador que lleva puesto Mohamed en el interior de la piscina. "Con esta imagen quería cuestionarme un montón de cosas, desde nuestra herencia cultural, hasta la construcción de la identidad", explica el fotógrafo. "Por qué en Canarias, estando tan cerca de África, estamos tan lejos. Migrantes y turistas, ambos son viajeros, pero el flotador es un espacio de ocio que está reservado únicamente a un tipo de viajero", explica Acosta.

Guanches, magos, turistas e inmigrantes

La inspiración del trabajo fotográfico de Rubén está en un texto del extraordinario Fernando Estévez: “Guanches, magos, turistas e inmigrantes. Canarios en la jaula identitaria”. En él, Estévez reflexiona sobre el mundo turístico y la realidad que habitamos "en este país extraño", afirma el escritor. "Vivimos en un mundo turístico y en un mundo de imágenes, ambos manifiestamente reales, ubícuos y omnipresentes; la realidad se está convirtiendo en ese país extraño al que solo vamos de vacaciones", escribe Estévez.

Digamos que esta fotografía es un simulacro de identidad. "Canarias fue habitada por un pueblo, los guanches. Cinco siglos ha, conquistadores y toda suerte de colonos que llegaron en busca de tierra y fortuna, se mezclaron con los nativos y forjaron un nuevo pueblo, los canarios. Con el tiempo, viajeros que informaron de las bondades de estas islas abrieron el camino a miles de turistas que alternaron la vida y las costumbres de los canarios. Por último, parias de toda índole, huyendo de la miseria de sus países, recalaron en las islas, poniendo en peligro, junto a los "guiris", la sostenibilidad y el futuro de este territorio", resumen de un modo impecable Estévez.

La gran máquina de crear diferencias

Más allá de la belleza plástica, la imagen de Acosta tiene algo inquietante: una tensión que subyace en cada uno de los elementos que la componen. La tesis de Rubén, con base en el artículo de Estévez, es que la identidad se construye en una lucha contra "nosotros" y "los otros" que no tiene ningún sentido. "Creo que la identidad está siempre en evolución y continuamente se van incorporando elementos a una cultura. No podemos saber qué somos si olvidamos una parte de lo que hemos vivido", explica Acosta. De este modo, Canarias es una ensalada identitaria de guanches y magos que compondrían el "nosotros" y migrantes y turistas que compondrían "los otros".

"Igual que las arepas son ya parte de la gastronomía canaria (o las mismas papas que vinieron de américa), no podemos olvidar que los canarios somos emigrantes, lo hemos sido a lo largo de nuestra historia. Nuestros orígenes fueron también inmigrantes africanos. Ahora recibimos a viajeros, y la única diferencia para clasificarlos es a través de su cuenta corriente y el color de su piel", explica Acosta. "Unos para explotarlos, otros para saciar su cólera racial, otros para exhibir su filantropía, otros para celebrar y hermanar un mundo multiétnico, otros para convertirlos en atractivo campo de investigación académica, todos necesitamos identificarnos. Así que ponemos en marcha la gran máquina de fabricar diferencias", explica Estévez.

¿Qué somos? La identidad tramposa

El otro es imprescindible para afirmar lo que somos. "Nuestra identidad se define, básicamente, no en afirmar lo que somos, sino en afirmar que no somos como ellos", prosigue Estévez. "Pero cuando el otro llega, cuando lo tenemos dentro, es un intruso que amenaza con romper esa lógica de la diferencia y, en consecuencia, con desbaratar lo que somos. Este es el peligro de todos los nosotros, en el fondo, estamos empeñados en conjurar. Exhibimos distintas y muchas veces encontradas identidades, o, mejor dicho, tenemos muchos nosotros. Lo que resulta inimaginable es no tener identidad. Tenemos miedo de las identidades de los otros, pero ese miedo llega a convertirse en pánico cuando los otros no tienen identidad. Necesitamos que la tengan para poder identificarnos", explica Estévez.