El comedor social San Pedro - La Isleta, una red de acompañamiento vital a personas en exclusión de vulnerabilidad extrema
Más de 30 años alimentando la dignidad en el corazón de La Isleta

El comedor social San Pedro - La Isleta ofrece dignidad a personas en situación de vulnerabilidad
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Las Palmas de Gran Canaria
Cada día, decenas de personas acuden al comedor social San Pedro - La Isleta, una institución de gran arraigo y solidaridad, situado en pleno corazón del barrio capitalino de La Isleta. Son más de sesenta personas las que peregrinan cada día a estas instalaciones en busca de cobijo, porque aquí, aunque es fundamental la labor del comedor, esto es solo una pequeña parte de su trabajo desinteresado. Ofrecen una red de apoyo, de acompañamiento y de tratar a las personas, simple y llanamente, como personas. Parece sencillo, pero no lo es. En una sociedad marcada por el individualismo y la gentrificación de los barrios, que una entidad como esta, con más de treinta años de acción social y comunitaria se mantenga en pie en La Isleta es de un enorme valor social incalculable.
Sus voluntarios, trabajadores, cocineras y usuarios abren sus puertas a SER Las Palmas para conocer de primera mano cómo son capaces de convivir y sostener este compromiso social entre todas las partes. El cariño y el amor que le ponen sus voluntarios se palpa en cuanto abren el portón principal. Allí está Paco, uno de los cuarenta voluntarios silenciosos de la institución. Paco es coordinador del comedor social y voluntario desde hace casi once años. Llegó para ayudar un par de horas a la semana y terminó convirtiendo ese gesto en una forma de vida. “Yo tengo un título, que es el coordinador del comedor social San Pedro de La Isleta. Efectivamente llevo aquí 11 años. Vine por dos horas semanales, pero me he ido implicando y cada vez estoy más tiempo por aquí”, cuenta, y pone en valor esa mano tendida de personas que se involucran para que todo funcione y consiguen que, a pesar de que las personas que llegan están en una situación terrible de exclusión social, la cuerda y el sostén de La Isleta, se mantenga contra viento y marea. “El voluntariado es fundamental. Todos los días hay un equipo responsable de poner en marcha este servicio, pero este espacio es mucho más que un comedor, ya que tenemos un servicio de ducha, de ropero y de lavandería. Todas esas cosas se hacen aquí con mucho cariño y con mucha entrega por parte de los voluntarios”, subraya Paco.
Los propios usuarios son los que de manera autónoma se apuntan, meten sus ropajes a limpiar, los tienden para que se sequen, se ordenan para ducharse, afeitarse y todo en armonía y, obviamente, el objetivo va más allá de cubrir necesidades inmediatas. “Hacer que las personas que vienen aquí puedan seguir su ruta y caminar en la vida de una manera distinta a la que llegan”, resume.
Ese enfoque integral lo refuerza Beatriz Morales, educadora social del comedor. Para ella, la clave está en el trato humano y en escuchar, mirar a los ojos y ver que no son cifras, son personas. “Es esencial poder proveer a las personas un trato digno y respetable, pero también escucharlas y decirles qué es lo que necesitan”. Para el día a día requieren de subvenciones del Gobierno de Canarias, del Cabildo de Gran Canaria y las donaciones de restaurantes, que prefieren no ser nombrados, pero que arriman el hombro de forma anónima. Para estas fechas, además, con esta climatología, dicen que “hemos podido comprar lo que de verdad necesitan, como estos chubasqueros para la tormenta, que ha sido bastante fastidiada para ellos”. Beatriz insiste especialmente en el cuidado con el que se entrega la ropa, que el que quiera donar, sepa cómo hacerlo y con conciencia “Lo que no quiero para mí no lo quiero para nadie”, repite. “No se trata de dar algo roto o en malas condiciones. Aquí trabajamos desde la horizontalidad: ni tú eres mejor que yo, ni yo soy mejor que tú. Somos iguales, somos hermanos”.
Entre las personas que acuden cada día al comedor está Evaristo, de 70 años. Argentino, trotamundos, lleva tres años asentado en la isla. Hoy, sin posibilidad de encontrar trabajo por su edad y sin ayudas, este comedor es su refugio. “Yo estoy muy contento con la ayuda que brindan acá. Yo lo siento como mi casa”, dice con emoción. “Todos los voluntarios trabajan con un corazón terrible. No hay que darle a una persona algo que uno mismo no se pondría”. Habla también de la comida, del trato, de la paciencia. “Se preocupan por todos, tienen paciencia para todos. No toda la gente está capacitada para valorar el gran esfuerzo que hacen siendo voluntarios”. Pero, sobre todo, Evaristo habla del acompañamiento, puesto que “cuando uno está en situación de calle estás solo. Tener un punto de apoyo donde venir, donde te escuchan, donde puedes decir ‘tengo este problema’, eso es importantísimo”.
A sus 70 años, mantiene intactas las ganas, a pesar de las dificultades. “Tengo unas ganas de trabajar tremendas, pero mientras tanto esto que hacen, todo el conjunto, el grupo, desde el coordinador hasta cada voluntario, es increíble”. Antes de despedirse, lo resume con una frase sencilla y demoledora: “Te tratan como si fueras su hermano”.
En un barrio que conoce bien las dificultades, el comedor social San Pedro–La Isleta sigue demostrando que la solidaridad organizada no solo alimenta cuerpos, sino que reconstruye vidas, dignidad y comunidad.




