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Pequeños inventos cántabros que cambiaron la historia: un jergón libro, un tostador de sardinas o el corsé carriles

Más allá de los grandes inventos de Leonardo Torres Quevedo, otros cántabros patentaron novedosas ideas en el siglo XIX

Inventores cántabros del siglo XIX

Inventores cántabros del siglo XIX

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Santander

El siglo XIX es una época de invenciones revolucionarias, muchas personas se lanzaron a patentar ideas e innovaciones dentro de un gran proceso de modernización.

El inventor cántabro más reconocido a nivel internacional es Leonardo Torres Quevedo, pero hay otros muchos inventos registrados en nuestra comunidad que también tuvieron su relevancia.

La antropóloga y científica del CSIC, Araceli González Vázquez, ha investigado en archivos de patentes para sacar a la luz innovaciones cántabras del siglo XIX.

Jergón Libro

Entre los nombres más destacados figura Víctor Cuevas, tapicero santanderino que en 1883 patentó el 'jergón libro', un colchón de muelles que se plegaba como un libro. Se fabricaba en su sillería de la calle San Simón y se vendió “bastante bien para fondas y domicilios particulares”, explica Araceli.

Tostador de sardinas

En 1886, Carlos Albo Kay, fundador de Conservas Albo, ideó un tostador de sardinas que permitía cocer la sardina en un vapor seco y con solo pulsar un botón, retirar el vapor y dejar el pescado completamente seco.

"La gran ventaja era que se podía cocer y secar sin tocar las parrillas, lo que hacía el proceso mucho más rápido y más limpio. Además, una vez soldadas, las latas se bañaban en el mismo aparato", apunta González Vázquez.

Ese mismo sector protagonizó otro avance en 1893, cuando la Société Generale de Cirages Français, con sede en Santander, patentó un procedimiento para fabricar cajas y latas de sardinas que se abrían con llave, un paso clave en la modernización del envasado.

Pintura Monturiol

En 1893, Francisco Sotero González registró una patente para fabricar una pintura anticorrosiva y antimoluscosa para buques, bautizada Monturiol en honor al pionero de la navegación submarina, Narcís Monturiol.

"La Fábrica Modelo de Barnices y Pinturas que Sotero tenía en el barrio de Miranda acabó siendo una de las más importantes de Europa, y la pintura Monturiol se vendió extraordinariamente bien tanto en Cantabria como fuera de ella", destaca Araceli.

La pintura estaba pensada para proteger el calado de los buques, para evitar las adherencias de los moluscos parásitos en el casco de los barcos y para eludir la oxidación.

La fábrica de Sotero era de pinturas y barnices para carpintería y ebanistería, pero tuvo mucho éxito con este producto patentado en muchas compañías de navegación, llegando a ser proveedor de la Armada y de la Compañía Trasatlántica.

Pluma y reloj automáticos

En 1887, el relojero Domingo Arriaza inventó una pluma automática con la que, según la patente, se podría escribir durante treinta días, a razón de ocho horas diarias, sin necesidad de tintero. En total, 240 horas seguidas de escritura "algo verdaderamente revolucionario para una época en la que se escribía a mano mucho más que ahora".

Otro relojero, Ricardo San Juan Lastra, abrió su negocio en 1882 y acumuló varias patentes: en 1884 presentó "un reloj de pared con un sistema eléctrico para darle cuerda, algo realmente muy novedoso para la época. Ricardo aseguraba que el reloj podía andar sin darle cuerda durante seis años seguidos".

Pero no se quedó ahí, añade la antropóloga, en 1887 fabricó otra máquina eléctrica para reloj que le hizo obtener un diploma en la exposición que se celebró en Cantabria.

En 1895 patentó unas llaves de luz eléctrica junto a Apolinar Sánchez Robles. En 1897 registró un interruptor para corriente eléctrica. "Aquí tenemos, sin duda, un relojero que sabe adaptarse a los nuevos tiempos, que pasa de la mecánica al mundo emergente entonces de la electricidad, con varias patentes que lo convierten en uno de los innovadores más curiosos de la Cantabria de finales del siglo XIX".

El 'corsé carriles'

Aunque las mujeres enfrentaban barreras para registrar patentes, destaca Manuela Lavín Pérez, costurera santanderina que en 1897 ideó un procedimiento mecánico para adherir al corsé dos corchetes cosidos horizontal o verticalmente, al que ella le dio el nombre de 'corsé carriles'.

Fue una innovación práctica en el ámbito de la confección femenina y llevó el sello de una mujer cántabra. Manuela expuso su 'corsé carrile's en París, en el año 1900, y fue premiada con una medalla de plata por su invención.

Torres Quevedo

Leonardo Torres Quevedo es, sin duda, el inventor cántabro más importante y uno de los mayores genios de la historia de la ciencia. Patentó el 'telekino', uno de los primeros sistemas de control remoto, el 'ajedrecista', considerado el primer juego de ordenador de la historia, fue el pionero en los funiculares, teleféricos o transbordadores como en el del Niágara, entre otros muchos inventos.

Menos conocido es su hermano Luis Torres Quevedo que registró en 1883 la cámara fototopográfica. Es un invento que está en los orígenes de la fotogrametría, y Luis levantó con su cámara un plano a escala 1:1000 de Vista Hermosa, un lugar de los alrededores de Madrid, la ciudad en la que vivía por aquel entonces.

“Todos estos inventos nos hablan de lo cotidiano, de las necesidades de la época y del talento local que tenemos en Cantabria para exportar”, concluye Araceli González Váquez.

Conchi Castañeda

Conchi Castañeda

Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Redactora de cadena...

 

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