La eficacia del contubernio de Múnich
La firma de Manuel Ortiz Heras, catedrático de Historia Contemporánea
Firma de opinión | La eficacia del contubernio de Múnich
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La palabreja siempre me llamó la atención, contubernio. La RAE lo define como “cohabitación ilícita, alianza o liga vituperable”. Suena a complot, a malicioso, y, sin embargo, es un claro precedente de lo que quince años más tarde acabaría por llegar, nada menos que la democracia. En 1962, cuando todavía seguía vigente la durísima represión tras el final de la guerra, la dictadura reaccionó con dureza y no dudó en tildar a los participantes de “vendepatrias y traidores”. Confinamientos, represalias profesionales, separaciones familiares, carreras truncadas y persecuciones policiales fueron el peaje que pagaron. Las movilizaciones obreras de aquel año, sobre todo en las cuencas mineras, romperían la paz franquista y generarían expectativas a muchos jóvenes que mantuvieron la lucha por la democracia hasta la conquista final.
Aunque Franco se sentía seguro después de firmar los acuerdos con los EE.UU y con el Vaticano, en un contexto muy favorable propiciado por la guerra fría, no dejó de experimentar un severo resquemor porque aquel encuentro inauguraba una senda de oposición protagonizada por una generación de antifranquistas renovados que no habían hecho la guerra. Aprovechando que los buenos resultados del Tratado de Roma por el que se crearon las CEE habían animado a la dictadura a solicitar formalmente su adhesión, un selecto grupo de españoles que se habían enfrentado en la guerra pero que habían evolucionado hasta pretender una verdadera reconciliación, se dieron cita en el IV Congreso del Movimiento Europeo. Eran intelectuales y políticos europeístas que no podían aceptar el aislamiento al que el dictador había sometido al país alejándolo de una senda de progreso y desarrollo que se había iniciado también aquí muchos años antes. Europa y Democracia eran dos conceptos irrenunciables y fundamentales entonces y ahora conviene seguir apostando por ellos.
Eran 118 españoles, la mayoría procedentes del interior del país, de ideologías muy diversas, monárquicos, democristianos, liberales, socialistas y nacionalistas vascos y catalanes que se encontraron con dirigentes del exilio. Incluso los comunistas enviaron observadores que no llegaron a participar del conclave.
No alcanzó para derrocar a la dictadura, que en ese momento estaba muy bien implantada, pero sí que tuvo un efecto arrastre, aleccionador para muchos que empezaron a ver la luz al final del túnel. Las conclusiones de Múnich, avaladas por el conjunto del movimiento europeísta de los países democráticos, destacaron el reconocimiento de los derechos humanos, las libertades políticas y sindicales y la identidad de las regiones. El debate entre Monarquía o República fue soslayado.
Se pretendía forzar una decisión por la que España no pudiera entrar en Europa sin democratizarse, para lo que se trataba de torpedear los acuerdos comerciales que el desarrollismo franquista quería alcanzar con el Mercado Común y que le permitiese integrarse en el proyecto europeo.
Se celebró entre el 5 y el 8 de junio de 1962 en la ciudad alemana de Múnich. La prensa, que sólo podía ser leal al régimen, calificó el encuentro con aquel calificativo despectivo que serviría, por extensión, para aplicarlo a cualquier conspiración contra el franquismo. Prensa, radio, la incipiente televisión y el poderoso No-Do lanzaron toda su artillería contra los asistentes encabezados por el propio dictador que temía que se reconciliaran los dos bandos de la Guerra Civil porque le interesaba recordar constantemente el conflicto y que no se borrara el enfrentamiento.
Sesenta años después conviene refrescar la memoria.