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Los amnésicos

La firma de Manuel Ortiz, catedrático en Historia Contemporánea

Manuel Ortiz

Preocupado por analizar la historia del tiempo presente, reconozco mis dificultades para acertar con el diagnóstico de nuestros acuciantes problemas más allá de constatar la enorme velocidad con la que se producen importantes acontecimientos y la volatilidad de las certezas y seguridades.

Firma de opinión | Los amnésicos

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La realidad está muy condicionada por la percepción subjetiva que tenemos que, a su vez, tiene mucho que ver con nuestro entorno. Calibrar el ánimo de la sociedad es complejo. No se debe confundir con la opinión publicada. Se ha enquistado la idea de que el Gobierno está desgastado y que asistimos a un cambio de ciclo por los resultados de las recientes elecciones autonómicas. De nada sirve recordar, en realidad parece que a nadie le interese, que venimos de gestionar los rescoldos de la gravísima crisis cíclica de 2008 que se sumó al impacto de la pandemia y, más recientemente, a los inmensos efectos de la invasión rusa de Ucrania, que está cambiando radicalmente la geopolítica global. A pesar de todos esos grandes retos, el actual gobierno de coalición, el primero de nuestra democracia, que gobierna en minoría con difíciles equilibrios parlamentarios, ha sorteado las principales dificultades y se ha apuntado indudables éxitos, dentro y fuera del país, que pocos parecen tener en cuenta. Recordemos cómo estábamos hace poco por la crisis de Cataluña.

Enfrente, al alza, un partido al que la corrupción y una larga lista de problemas de toda laya no parecen pasar factura. Se presenta como la solución con la que superar los malos augurios que imperan. Superada aparentemente la pandemia, permanece la desconfianza de la política en muchos y, sobre todo, la preocupación por la crisis económica y la inflación, aunque las cifras confirmen que se está creando empleo. De hecho, la percepción negativa del futuro hace que siga siendo uno de los principales problemas. La desconfianza y la visión pesimista del futuro lo invaden todo y el Gobierno no rentabiliza socialmente su gestión.

De nada sirve que, como en la mayor parte de las democracias, la verdadera decisión sobre el gasto público llegue solo a un 30%, porque lo demás son obligaciones contraídas con antelación -salarios públicos, pensiones, subsidios del paro e intereses de la deuda-. Además, la decisión política sobre el gasto discrecional está muy limitada por programas de larga duración y una relativa continuidad. Las diferencias reales en la asignación de recursos entre un Gobierno de izquierdas y otro de derechas afectarían a menos del 5% del PIB. Eso no impide que se alimente un debate mal planteado sobre las medidas fiscales y se abra una guerra por su bajada. Recordemos también el escaso margen de parlamentos como el español que cada vez legislan menos por su cuenta, ya que básicamente ratifican decretos gubernamentales que reflejan directrices internacionales. Eso refuerza la importancia de medidas que apuestan por la igualdad, la tolerancia y el respeto, donde la ideología sí marca diferencias.

Miremos los problemas de la izquierda española. Los socialistas bastante tienen con aclarar sus debates internos y los problemas con los barones, pero es que lo de Podemos y sus confluencias cada vez se parece menos a lo que apuntó en su nacimiento. Más allá de sus propuestas programáticas, su éxito se ha basado en saber identificar una demanda no atendida por los partidos tradicionales: más participación y horizontalidad en la política, que ha chocado con el debate entre la propia organización y su modelo de funcionamiento asambleario. Corren el riesgo de ser un partido flash que deslumbró cuando apareció, pero dura poco.

Son sólo recuerdos y matices que no sé si les servirán de algo. Por eso, les deseo unas buenas vacaciones leyendo un libro imprescindible, Los amnésicos. Historia de una familia europea, de Geraldine Schwarz, un apasionante documento sobre el auge de los populismos y los peligros de la desmemoria histórica.

 
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