Impuestos y clase media
La firma de opinión del catedrático de Historia Contemporánea, Manuel Ortiz
Manuel Ortiz
Impuestos y clase media
Albacete
Una reivindicación constante entre los movimientos sociales y políticos de la Transición era establecer una política fiscal moderna que permitiera la mejora de la recaudación y, a partir de ella, una política de redistribución que posibilitara un auténtico estado del bienestar. Ya saben, sanidad, educación y pensiones que se caracterizaran por su universalidad y gratuidad.
Desde entonces, una vez que se puso en marcha el famoso IRPF, hemos ido asistiendo a debates intermitentes sobre la subida o bajada de los impuestos directos, los que pagamos en función de nuestros ingresos. De alguna manera, a la par, se ha fijado en el imaginario colectivo la idea de que las clases sociales se configuran básicamente en función de nuestra renta, de hecho, para los economistas, la clase media la componen aquellos cuyos ingresos alcanzan entre 12.000 y 32.000 euros. Pero es evidente que influyen otros componentes más allá de lo meramente económico.
Estamos a punto de cumplir los 45 años de la aprobación por las Cortes del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF). En 1978 contaba con 28 tramos y un tipo máximo del 65,5%, en 1991 ya eran 17 y en 2001 se limitaban a cinco, los mismos que en la actualidad. Por cierto, el 50% de la recaudación va para las comunidades autónomas, que han ido ganando competencias en educación, sanidad y dependencia. Fue una consecuencia de los Pactos de la Moncloa de 1977. En su momento recibió una atención mediática discreta. No olvidemos que estábamos en mitad de una grave crisis económica y de un descomunal déficit público. La medida no sólo introdujo el impuesto sobre el patrimonio, sino que también reguló por primera vez el delito fiscal y aprobó una amnistía tributaria, que también entonces se llamó eufemísticamente regularización voluntaria.
En realidad, no hay que confundir clase y renta media. Para la sociología la idea de clase media contempla también lo referente a un modo de vida ligado a la estabilidad, el consumo, el conocimiento y el progreso. La clase media española empezó a crecer al calor del desarrollismo, es decir, durante la década de los sesenta del siglo pasado. Aquel despegue económico favoreció la aparición de nuevas clases medias, un fenómeno desconocido hasta entonces en la estratificación social. Politólogos y sociólogos coinciden en señalar que, hasta entonces, la clase media era minoritaria en una composición social copada por una pequeña clase alta y una clase baja aplastantemente mayoritaria. Aunque el inmovilismo político siguió siendo el santo y seña de la dictadura hasta sus últimos días, la transformación social siguió un ritmo acelerado, de tal manera que todos fuimos participando de una ambigua idea de pertenencia a la llamada sin precisión clase media y los expertos segmentaron entre clase media-baja, media-media y media-alta.
Sin embargo, su definición no acaba de alcanzar un consenso claro más allá de utilizarse por los expertos como instrumento estabilizador de las democracias occidentales. Pero esa falta de concreción ha dificultado los análisis sobre desigualdad y distribución de recursos. Sin embargo, sí ha sido ampliamente compartida la teoría de que debe existir un pacto social basado en que los que más tienen aceptan contribuir al común a cambio de paz social. Sobre esa base, por ejemplo, se construyó la sociedad europea de postguerra.
Cosa distinta es la percepción e identificación que hacemos los ciudadanos, porque diferentes estudios confirman que más de la mitad de la población se sitúa entre la clase “media-media”. Esto no escapa a asesores y grupos políticos que atizan el debate en las ya largas campañas electorales para confundir o sacar rédito con debates abstrusos que nos alejan de evidencias como la rampante desigualdad social que representa nuestro principal problema.