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La historia que contamos y la fiesta nacional

La firma de opinión del catedrático de Historia Contemporánea de la UCLM, Manuel Ortiz

Manuel Ortiz

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La historia que contamos y la fiesta nacional

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Albacete

Al parecer, la celebración de la fiesta nacional se está convirtiendo ya en un clásico entre los debates cotidianos. Podemos plantearnos las razones que nos han llevado a este tóxico enfrentamiento social y político que para algunos podría medir nada menos que nuestro sentimiento nacional. Es obvio que una parte de la sociedad no se identifica con la manera que desde el Estado se conmemora dicha festividad y que otra no pequeña la utiliza como arma arrojadiza para dispensar títulos de autenticidad patria. En medio, una parte indeterminada que no sabe o no contesta acosada por otros asuntos que le preocupan más.

Como en tantas otras cuestiones, la Historia nos puede ayudar a entender cómo hemos llegado hasta aquí y a partir de eso podremos valorar qué nos interesa plantear de cara al futuro si es que queremos avanzar y no seguir dando vueltas a la noria.

Viene de antiguo la dificultad española para definirnos como nación. Se ha hablado de la debilidad de la construcción nacional llevada a cabo por los liberales en el siglo XIX. Desde luego, a ello contribuyó, en todo caso, la escasa inversión en educación y en la protección de elementos de identidad en torno a los cuales levantar un proyecto compartido. La apropiación de los principales símbolos nacionales por parte de un determinado proyecto político, sobre todo durante la dictadura franquista, agravó la situación. Tampoco la democracia, con las imperfecciones de la Transición, supo aliviar las tensiones y evitar las tendencias centrífugas que ha supuesto la puesta en marcha de un estado en la práctica federal con las comunidades autónomas.

La izquierda española no ha sabido construir un discurso aglutinador y clarividente que ayude a definir España. Lo más parecido a esa solución, no exenta de fuertes discrepancias, ha sido la apuesta por un nacionalismo constitucional. Frente a ella, la derecha política se ha enrocado entorno a un relato excluyente y supuestamente defensor de la única manera posible y legítima de entender la nación. El problema catalán, con su exacerbación en 2017, ha servido de fuente nutricional para proyectos políticos que con mensajes pobres pero contundentes han calado en una sociedad ignorante del asunto matriz: cómo se ha construido esta nación y qué nos diferencia o asemeja a otras con las que nos queremos homologar.

Por qué no incidimos en la escuela y en los demás canales de socialización en ilustrarnos y desterrar mitos que nos separan y dividen. No solo educa la escuela. Conviene tener en cuenta que la formación de un marco interpretativo de la Historia le debe mucho también a otros canales no reglados, sociales e informales. Apunto ahora, simplemente, que las redes sociales están contribuyendo a un discurso histórico vulgar a través de youtubers, plataformas y canales con pretensiones académicas. Aunque su impacto todavía está por calibrar, no exagero si me atrevo a decir que buena parte del revisionismo historiográfico que nutre al discurso reaccionario emergente ha encontrado en esas vías un cauce privilegiado.

El estudio de la historia puede ser un asunto delicado y sujeto a controversias porque permite ver el pasado de una inequidad, real o imaginada, entre los individuos o colectivos. Puede ser también el caso cuando hay disparidades entre la historia enseñada en clase y aquella que se transmite a través de la familia y la comunidad. En ese caso, concedamos el beneficio de la duda al rigor y la ciencia.

Recuerdo ahora al poeta Luis Cernuda cuando desde el exilio escribía: “La historia de mi tierra fue actuada por enemigos enconados de la vida. El daño no es de ayer, ni tampoco de ahora, sino de siempre. Por eso es hoy la existencia española, llegada al paroxismo, estúpida y cruel como su fiesta de los toros…. Soy español sin ganas, que vive como puede bien lejos de su tierra sin pesar ni nostalgia”.

 

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