La Historia que no fue

Albacete

Ha terminado octubre y se han cerrado varios aniversarios históricos ¡con mayúsculas! Todos esos hitos tienen explicaciones multicausales, unas más relevantes que otras, entre las que el azar suele influir. De lo que no cabe duda es que no hay determinismo alguno que pueda explicar el curso de la Historia. Pero, es curioso, al menos, pensar lo cerca que muchas veces hemos estado de caminar por senderos bien diferentes que hubieran podido cambiar nuestra existencia. Sirvan tres casos para demostrarlo.

Se cumplen ahora los cien años de la Marcha sobre Roma, 1922, que dio lugar al triunfo del fascismo en Italia, justo cuando una admiradora y heredera política de esa ideología ha jurado el cargo de primera ministra con el voto de siete millones de ciudadanos. Pero aquel acontecimiento pudo haber desembocado en una guerra civil y una más que presumible victoria del antifascismo que, desde luego, hubiera significado un cambio radical de la contemporaneidad. Un grupo de escuadrones de militares, pandilleros violentos e idealistas de bajo perfil decidieron marchar hacia la capital de Italia para consolidar el dominio que ya tenían en varias regiones. Un régimen autoritario y violento que imponía unas consignas políticas nacidas de una premisa desviada del socialismo. Mussolini, un líder en ascenso, llegó a Roma en tren dos días después de que lo hicieran sus acólitos. Fue ahí, más o menos, cuando entendió que no habría resistencia y que el rey de Italia no decretaría el estado de sitio que hubiera alterado sus planes. Lo que ha triunfado estos días en Italia no es el fascismo, pero motivos hay para la preocupación por la deriva que la democracia viene sufriendo en Europa, particularmente.

En octubre de 1962 se pudo producir un nuevo ataque nuclear que hubiera desencadenado no sólo la tercera guerra mundial sino quién sabe si la mayor catástrofe para la Humanidad. Pero, de todo lo que ocurrió entre tropas soviéticas y norteamericanas, sobresale la actuación de un submarino nuclear ruso que fue rodeado y asediado con fuego real por barcos norteamericanos. Ya había estallado la crisis de los misiles y EE UU había dispuesto un cerco militar alrededor de Cuba, tras el triunfo del castrismo. El comandante de la nave, en medio de lo que creía una agresión, ordenó armar un torpedo nuclear. Minutos después, bajo una gran incertidumbre y tensión, en la nave se comprobó que los disparos eran disuasorios y, pese al caos, no pasó nada. Ese 27 de octubre de 1962 artilleros antiaéreos soviéticos derribaron en la isla un avión espía norteamericano. Por desgracia, a propósito de la invasión de Ucrania, volvemos a encontrar un escenario semejante.

El 27 de octubre de 1982, veinte años después, la incipiente democracia española pudo haber descarrilado a manos de unos golpistas que no admitían el previsible triunfo del PSOE en las urnas. Cumplían con una cultura pretoriana que venía de lejos. La prensa publicaba a comienzos de octubre de aquel año una noticia en la que se revelaba el plan: declaración del estado de guerra en la Primera Región Militar por una Junta Militar que se haría cargo de todos los poderes, mediante la publicación de un bando a través de los micrófonos de Radio Nacional. Culminaría así a las diez de la mañana del día 27 un golpe de Estado que fue abortado por los servicios de seguridad. El alcance y los planes detallados de la sedición se conocen desde hace tiempo, pero apenas se han tratado ocultos por el 23F. La justicia militar decretó la prisión incondicional de dos coroneles y del Teniente Coronel José Crespo Cuspinera, como autores de un delito de conspiración para la rebelión. Los planes del golpe pasaban por la neutralización de todos los centros de poder y decisión militar en todas las capitanías generales.

Son sólo tres ejemplos que pretenden poner en valor la democracia a pesar de sus debilidades.