Bares

Albacete

A menudo sucede que un acontecimiento esperado o sobrevenido (cambios de dirección, cierre forzado, fallecimiento...) acabe con la aventura de un negocio tradicional, de esos que uno llevará en la memoria el resto de sus días. Se me ocurren muchos tipos de comercio o establecimientos, pero ahora me patina algo con insistencia, por razones y afectos personales, tan tremendamente tradicional como el viejo bar: el Vidal, por ejemplo, en la calle del Muelle, El Gordo en Virgen de las Maravillas, en fin: el Manolo, el Daniel, La Higuerica, el Bocha...la Solera... Contaba José Sánchez de la Rosa en El Molino de Papel (su espacio reservado durante muchos años en esta santa casa): En la bodega, los amigos echaban un truque. La tertulia era en el sótano, donde se alineaban tres tinajas panzudas. Les servían un vino trullo oscuro, de cosecha propia. Algunos les ponían sifón -de chufleta- y otros lo tomaban a palo seco, en tragos cortos... grande Sánchez de la Rosa...

Las bodegas... o aquellos viejos mesones cuya base fundamental solía ser dos losas de cemento de un par de metros de largas por dos de anchas, montada sobre pilares de argamasa y ladrillos. Se recuerdan aún aquellos asientos formados de simples vigas de pino viejo. Quien no se haya sentado alguna vez entre clavos que levante la mano.

En los últimos años del pasado siglo algunos bares,tabernas, mesones, bodegas, merenderos, tascas, algunos, repito, pasaron a la modernización y nació el bar-restaurante nomenclatura que mencionar ejemplos ahora sería insuficiente para alimentar esta simple crónica de cuatro letras. Muchos. La ciudad ahora está colmada, rebosante de tan agradable oferta. Se les llaman restobares, gastrobares y ofrecen generalmente tanto una gran selección de platos como de bebidas, de forma que valen tanto para comer como para consumir toda clase de bebidas.

Sin embargo, tengo la sensación de que existe cierta distancia con la fidelidad antigua de bares y tasquillas. Siempre existió el orgullo personal de ser fiel a la vieja taberna o a la más popular: compadreos, chascarrillos... formar parte de una clientela amplia aunque el escenario sea un cuchitril donde el dueño tire una moneda al aire para que después de golpear el techo de la estancia caiga obediente al bolsillo superior de la camisa del atleta. Eso es un show, amigos, un show gratuito detrás de la barra de aquella vieja tasca de la calle Tejares. O ése tirachinas con horquilla de alambre férreo descansando entre botellas y vasos olvidado por un cliente. Vinos recios, espesos de trece grados, acompañándote las horas del descanso en tu otra casa, la que pertenece a todo el barrio. Los tiempos cambian, como dijo el poeta americano, pero mis amigos y yo aún respetamos el arcaico y trasnochado culto de la visita a nuestro oratorio particular. Allí, cada sábado, despedazamos la historia más reciente mientras un plato de criadillas aplaude entusiasmado la ocurrencia (en realidad, una fuente de minerales como el zinc, fósforo y potasio además de micronutrientes portadores de vitamina B): Tomamos la vida en dos metros cuadrados.

Este comentario está dedicado de todo corazón a uno de los reyes de todo lo glosado en torno al servicio público de bares y 'restobares': Juan Azorín, Juanito el de Los Molinos, fallecido, demasiado pronto, hace sólo unos días.